La ciudad es donde habita la condición humana. No extraña que existan entonces urbes que cautivan, otras que son arte y vibración en cada calle, y otras en las que también se vive la carencia y la fragilidad de nuestra condición. Por lo general, las ciudades siempre tendrán un poco de todo y así cada lugar tiene su propio sabor. Y por eso mismo no nos es ajeno que aquí también vivamos los desacuerdos, las diferencias de opinión y el conflicto, cuando llega a existir.
La forma como hacemos nuestras ciudades y como vivimos en nuestras comunidades es también reflejo de nuestra condición humana y de nuestros tiempos y nuestras percepciones. Querétaro pareciera una ciudad construida alrededor de clústeres, privadas, condominios y colonias cerradas, que podrían parecer sinónimos, pero que no necesariamente lo son.
A la ciudad le hace falta cultura de vida en común. Es importante que quienes la vivimos sepamos la diferencia entre vivir en un fraccionamiento o en un condominio, que es la forma como una inmensa cantidad de queretanos vivimos hoy en día. La diferencia entre estos dos modelos de desarrollo inmobiliario no es menor, pero lastimosamente es ignorada por muchos y digo lastimosamente porque en esa ignorancia crecen la intolerancia, la altanería y el ensimismamiento.
No será esta una clase de derecho urbanístico, pero podemos decir algunas cosas básicas. El fraccionamiento es eso, valga la redundancia: el desarrollo inmobiliario que se produce tras fraccionar un inmueble con la dotación de vialidades que, en su condición de ser públicas, dan acceso a los diversos lotes que se generan como resultado de esta división y lo conectan con el resto de la ciudad a través de servicios públicos. Los fraccionamientos, naturalmente, no están pensados para ser ni cerrados ni privados, pretenderlo así es en realidad una distorsión innecesaria que podría resolverse con otra figura del desarrollo inmobiliario: el condominio.
Los condominios, por su parte, son modelos de desarrollo en los que los propietarios mantienen una doble condición de propietarios exclusivos de un inmueble, al tiempo que son copropietarios de un indiviso que es compartido y pertenece al conjunto de los condóminos. Así, es natural que los condominios sean desarrollos cerrados, pues lo que se encuentra en su interior tiene la característica natural de ser privado y, en consecuencia, es válido pensar en limitar el acceso a estos bienes privados. Piénsese, por ejemplo, en las calles o los parques de un condominio, estos son bienes privados, propiedad común de un puñado de ciudadanos conocidos como condóminos, pero no de la ciudad y mucho menos del gobierno.
El problema se da en que no sabemos vivir en condominio y quizá tampoco en fraccionamiento. En los fraccionamientos, queremos cerrarlos y limitar su acceso, como si fueran condominios. Y en los condominios, los condóminos no quieren asumir la responsabilidad de su propiedad, responsabilidad que se da en términos morales y económicos: desde asumir que toca gobernar y administrar lo que forma parte del condominio, vaya, que hay que hacer comunidad y que, al ser una integración de propiedades privadas, los únicos responsables de mantenerlas económicamente son los condóminos.
Todo esto, alimentado por una falta de preparación y cultura cívica y condominal de ciudadanos, funcionarios, profesionistas, administradores y desarrolladores, por mencionar algunos roles, nos arroja a la ciudad intolerante, fruto de la condición humana, para variar.
Manténgase al pendiente, que estaremos escribiendo sobre algunas de las consideraciones que, desde la trinchera de donde vivimos, podríamos implementar para mejorar la forma como hacemos ciudad.
*El autor es maestro en Derecho Ambiental y Políticas Públicas por la Universidad de Stanford, y socio en Ballesteros y Mureddu, SC.