Solemos pensar que la creatividad surge en un momento determinado, en el que se nos “prende el foco”. Como aquel que llevó a Arquímedes a exclamar jubilosamente “¡Eureka!”, cuando descubrió cómo calcular densidad y volumen mientras se sumergía en una tina de baño. Si bien el genio creativo nos visita a todos de vez en cuando, la realidad es que la creatividad tiene más qué ver con sistematicidad y disciplina. En su libro “Creatividad explicada” (“Explaining creativity”), Keith Sawyer explica las ocho etapas del proceso creativo.
Etapa 1: Identifica y define un problema. El primer paso consiste en encontrar un problema retador y formularlo a manera de pregunta, para así obligarnos a buscar una solución creativa. Por ejemplo, “Considerando la escasez de agua en el Semidesierto queretano, ¿de qué manera podrían las autoridades municipales desperdiciar menos agua al regar los jardines de los parques y espacios públicos de Santiago de Querétaro?”. Así pues, no solo se trata de resolver problemas socialmente relevantes, sino de saber articularlos de manera precisa.
El filósofo francés Paul Souriau apunta al respecto: “Así como la invención surge de las buenas preguntas, la mente en verdad original es aquella que sabe encontrar problemas”. En la misma línea, Albert Einstein escribió en 1938: “La formulación de un problema resulta generalmente más significativa que su solución”, ya que primero necesitamos tener claridad sobre lo que realmente queremos.
Etapa 2: Recolecta información relevante al problema. Los creadores excepcionales se caracterizan por una intensa búsqueda de conocimiento. El profesor Mihay Csikszentmihalyi entrevistó a 91 de ellos y encontró que tenían dos cosas en común: un interés intenso y una curiosidad desmedida. Así pues, en la medida en que nos “empapemos” de información concerniente a la problemática que nos ocupa, en esa medida podremos afrontarla con efectividad y certeza, en vez de andar dando “palos de ciego”.
Etapa 3: Amplía tu rango de búsqueda informativa. Todo buen investigador encuentra la manera de relacionar su área de conocimiento con aquellas que le son afines. Regreso por un momento a mi ejemplo de cómo desperdiciar menos agua en el riego de los jardines públicos. El tema principal es, sin duda, la escasez de agua, pero este nos conduce a otros igualmente relevantes: conciencia ecológica, administración financiera y bienestar ciudadano, solo por mencionar algunos.
Etapa 4: Deja reposar tu mente. Una vez concluidas las etapas 2 y 3, en las que procesamos una gran cantidad de información, conviene hacer una pausa y dejarla de lado, para dar tiempo a la mente inconsciente a que empiece a digerir el problema y a vislumbrar posibles soluciones. Para decirlo en términos coloquiales, es momento de “dejar un quemador de la estufa encendido”… solo por si acaso. O bien, para recurrir a otra metáfora culinaria, hay que dejar hervir el caldo para que vaya “agarrando sabor”.
En la siguiente entrega abordaré las cuatro etapas restantes del proceso creativo.
Bibliografía: Sawyer, K. (2012). “Explaining creativity”. Nueva York: Oxford University Press.
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