Alguna vez hice una broma a mis conocidos y amistades, en una fecha como hoy, y eso me costó perder el saludo de dos de ellas. No lo he intentado otra vez y no lo haré ahora. Quiero recordar a mis amistades que han tolerado mis ocurrencias, mi humor negro, mis ironías y mi falta de lenguaje inclusivo y con perspectiva de género, con el deseo de que no caigan en una inocentada.
Aunque mi etapa de ser famoso ya pasó, me es grato recordar mi historia como estudiante y empleado universitario, como representante gremial y como psicólogo primerizo en una institución de salud, donde, cualquiera que haya iniciado, aspira a acabarse el mundo y resolver todo problema. Siempre quise elegir mi propio papel, a mi medida, con mi estilo muy personal dentro de las libertades que podía ejercer. Me queda claro que fue mi voluntad la que favoreció elegir a las amistades que disfruté y, algunas de ellas, las sigo manteniendo. El detalle es que no hay una libertad absoluta y no todas las amistades cumplen la función de nutrir nuestro desarrollo. Muchas veces los sentimientos condicionan a que determinadas personas estén con nosotros más tiempo que otras. Para tener una reciprocidad, hace falta validar la libertad de las demás personas.
Convivir con otras personas nos hace transitar de un estado de simpatía hasta un impulso de pasión amorosa, o desde la antipatía al extremoso odio destructor. Supongo que lo necesario para estar con otra persona es mirarla con un sentido de aprobación, escuchar su tono de voz y sentir una sonrisa de confianza.
El afecto en un vínculo de amistad puede perdurar por mucho tiempo, aunque, de forma inesperada, suele bloquearse indefinidamente porque ha faltado el cuestionamiento al mucho afecto transmitido.
De esta manera, en estos días decembrinos, he sentido extrañamiento por aquellas amistades de tiempo atrás, a las que juré mantener por siempre. Sucedió lo acostumbrado: que al término de un ciclo de vida escolar, laboral, familiar o social, las personas tomamos caminos diferentes y muchas veces opuestos. Los intereses individuales nos llevan a buscar estilos de supervivencia acordes con las condiciones y necesidades personales.
Las amistades se fortalecen con el constante convivir compartiendo. El que nada tiene nada comparte y el que no camina jamás encontrará amistades.
Orgulloso estoy de la amistad que siento por los amigos que no veo desde hace años, que frecuentaba y con los que construimos aventuras, y grandes historias. Lamento no haber dado más tiempo a esa amistad que viví con pasión, por lo dado y recibido. He de decirles que me nutrí de ese sentimiento y que nunca he dejado de poner en práctica, aunque a veces no es recíproco y lo respeto.
Agradezco a mi amigo Adalberto Martínez, a quien vi hace dos días, la motivación para escribir estas líneas. No es el acostumbrado Saber de-mente, pero, ¿quién en su santo juicio se pone a leer periódicos en plena vacación de fin de año? Espero que mis amistades, conocidas y por conocer, sí lo hagan en esta columna de opinión.
¡Deseo lo mejor para ustedes en el año por venir y siempre!
* Psicólogo clínico (UAQ), coordinador de área en Salud Mental y Psicológica de IXAYANA y psicólogo clínico adscrito al Hospital General Regional del IMSS-Querétaro. Ver otras colaboraciones de Saber de-mente.