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septiembre 19, 2024

México requiere un estadista en el gobierno, no un santo…

Las declaraciones del Padre Alejandro Solalinde, la semana pasada, en entrevista para el periódico El Universal fueron tendencia en Twitter: “Está siguiendo las enseñanzas de Jesús. Por eso, veo en Andrés Manuel rasgos muy importantes de santidad. Qué lástima que no lo valoren”, además de asegurar que “Dios nos bendijo con un presidente como el que tenemos”.

Y así respondió la senadora panista, Kenia López, presideta de la comisón de Derechos Humanos: “Jesucristo multiplicó peces. Amlo multiplica pobres (4 millones). Jesucristo nació en un pesebre y Amlo vive en un lujoso Palacio. Jesucristo predicaba la verdad. Amlo dice 88 mentiras por dia. Sr Solalinde no blasfeme. Que su fanatismo no lo ciegue (eso a Diosito no le gusta)”.

En tanto, la también senadora Lilly Téllez manifestó: “Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda.- Mark Twain”.

La polémica hace obligada la lectura de la exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” del santo padre Francisco “Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual” (2018). Las ideas ahí vertidas le dan cierto sentido a lo dicho por Solalinde, si partimos de que el Pontífice ─al hablar sobre el llamado a la santidad─ pide no pensar solo en los ya beatificados o canonizados, porque “El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes”.

“La santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Pero aun fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo»”, señala también.

Y más adelante puntualiza: “Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso”.

Indudablemente, el discurso de López Obrador y de la mayor parte de sus acciones han estado enfocadas a combatir la pobreza (“Por el bien de todos, primero los pobres”), más allá de si sus políticas han sido exitosas o no.

Desde la perspectiva de “Los santos de la puerta de al lado” expuesta por el Papa, el padre Solalinde podría tener razón… lo que de pasada debería implicar un “fuerte llamado de atención para todos nosotros” como menciona también Su Santidad, en relación con si estamos concibiendo la totalidad de nuestra vida como una misión; ya que todos estamos llamados a la santidad.

Pero si analizáramos los “rasgos de santidad” de Andrés Manuel desde las bienaventuranzas, que dice el Papa “Son como el carnet de identidad del cristiano”, el señor López Obrador nos queda a deber: porque ¿acaso ha dado muestras de mansedumbre, de no dejarse llevar por el odio y la vanidad, de no reñir y de no creerse con el derecho de alzarse por encima de los otros?

El problema radica pues en que el presidente, más que humildad, ha exhibido una y otra vez un mesianismo político en el que ─como describe Roberto Blancarte en “Amlo y la religión”─ “el líder político suele transformarse en una especie de supremo sacerdote, que emite juicios morales sobre el bien y el mal, al mismo tiempo que maneja los aspectos civiles del gobierno”; y “La mezcla entre religión y política, a través de una especie de cesaropapismo contemporáneo, tiene frecuentemente efecto nocivos para las libertades de las personas, sobre todo aquellas que, compartiendo o no una preferencia religiosa, no necesariamente coinciden con las visiones morales que estas generan”, lo que representa una traición a la laicidad y sus fines.

México no necesita un santo como presidente, requiere un estadista… en toda la extensión de la palabra.

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