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Amor helado (parte 2)

El título del comentario de hoy bien podría llamarse “entre el amor y el odio”, pero es un intento de continuación de la publicación anterior de Saber de-mente. Amar a alguien implica establecer un vínculo afectivo, sentimental y erótico. Nace un interés positivo de cuidar y proteger, donde hay alegrías, pero también tensiones. El amor y el odio están conectados de manera estrecha, pues muchas veces a quien amamos puede tener, al mismo tiempo, la capacidad de hacernos daño y generar, a su vez, en nuestro interior, un odio incontrolable. Se dice que del amor al odio hay un solo paso y no quiere decir que sean contrarios, sino que se complementan en la amplia gama de emociones que posee el ser humano. Mantenemos esas relaciones de amor-odio con personas, situaciones o cosas, porque ambas pueden generarnos algún tipo de gratificación. Todo puede comenzar en el acto de seducción donde, mediante engaños y promesas, se busca lograr la anhelada conquista amorosa a una pareja o la procreación de hijos.

El amor y el sexo se han doblegado a ciertos poderes de la vida social, reasignando nuevos lugares a la mujer y al varón, y evidenciando lo que ha ocurrido en las relaciones de pareja, que durante mucho tiempo se mantuvo oculto. En una conducta de intimidad, el odio nos asume en una postura de negación al amor, pues lo que en algún momento fue placentero, por alguna razón, quizá por la cercanía y el tiempo, resulta ahora irritante o desagradable. La sensación de estar atrapado en una relación amorosa, dependiente física, emocional y económica, puede generar sentimientos de odio al mismo tiempo. Lo mismo ocurre por un rompimiento, un abandono o la crianza de un hijo.

El concepto de “amor helado” fue acuñado por el psicoanalista André Green (“Narcisismo de vida, narcisismo de muerte”, 1999) y no quiere decir que la persona no tenga la capacidad de amar, sino que su amor se manifiesta en algún momento hacia una persona en especial, porque ha ocurrido una desinvestidura (retiro) de afectos y de representaciones significativas, y aparece como consecuencia de un incremento de sentimientos de odio reprimidos. Generalmente la persona no se da cuenta, porque no es un acto del todo consciente y no se odia a la persona por ser ella en especial, sino lo que le representa en su historia psíquica amorosa.

Tampoco es que uno deja de amar a una persona para querer a otra, así, de la nada, sino que es resultado de un proceso complejo y fuera de la voluntad. Por ello, ante un rompimiento previo, no siempre se está en condiciones de amar a otra persona, a pesar de recibir cariños, amabilidad y amor.

La incapacidad de amar, o hacerlo con indiferencia, es por ese acto de desinvestir a ese alguien con el que se ha quedado endeudado por un compromiso previo. La vida sexual disminuye o se vuelve nula hasta la abstinencia; puede haber una necesidad sexual o de afectos, pero no se encuentra o reconoce a ese alguien deseable para tal fin y, si hubiese vida sexual, esta se torna fugaz, dispersa e insatisfactoria. Esta aspiración de amar, cuando se quiere, entra en el orden de prohibición, de una situación de soledad, de no compartir intimidades, quizá de no procrear y en un amor para otros no disponible, frío y helado.

En otras manifestaciones cotidianas, las personas con un amor helado comúnmente tienen frío en la piel, en los huesos, aunque sean capaces de triunfar en los negocios, en su vida profesional, hasta pueden casarse y tener hijos, pero en cuanto entran en conflicto, la vida, aparentemente satisfactoria, comienza a tener los fracasos en la sexualidad, la comunicación y en el desempeño cotidiano. Finalmente, el amor y el placer resultan demasiado ante los demás y se sobreinviste a sí mismo, atendiendo propósitos narcisistas como un estilo de vida. El amor helado es una opción libre para vivir, modificarlo por presión social, solo la psicoterapia psicoanalítica puede intentar.

* Psicólogo clínico (UAQ), coordinador de área en Salud Mental y Psicológica de IXAYANA y psicólogo clínico adscrito al Hospital General Regional del IMSS-Querétaro. Ver otras colaboraciones de Saber de-mente.

Juan Carlos García Ramos

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