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Lloremos, es la hora del llanto…

No sé si a usted le pase lo mismo que a su servidora, no sé si en las últimas semanas lo único que quiere es sentarse a llorar, derramar lágrimas hasta que el cansancio lo venza y se olvide ─aunque sea por un instante─ de que un atentado con bomba mató a siete personas en Afganistán, que Rusia invadió Ucrania, que Vladimir Putin amenazó con usar su arsenal nuclear, que el presidente Biden no descarta una Tercera Guerra Mundial contra Rusia, que 20 civiles fueron asesinados con machetes en el Congo, que en Michoacán ‘fusilaron’ a 17 personas, que en el estadio La Corregidora se desató un nivel de violencia jamás visto…

¿Siente usted que ya no puede más con todo esto? Yo sí, lo confieso; y busco respuestas por doquier…

En abril de 1963, el Papa Juan XXIII, en la encíclica “Pacem in Terris”, escribió: “El progreso científico y los adelantos técnicos enseñan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio”.

Sin embargo, acotó, “resulta sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pueblos. Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse más que por la fuerza”.

A 59 años de la carta, el desorden descrito por el entonces Sumo Pontífice continúa… nada ha cambiado; la violencia es habitual, cotidiana… pero ya nada parece sorprendernos.

¿Y qué hacer ante esta realidad? ¿Habrá aún posibilidades de que ─como manifestó el Papa Bueno─ las relaciones internacionales, como las relaciones individuales, se rijan no por la fuerza de las armas “sino por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad”?

¿Será tiempo aún de vencer la avaricia, la intolerancia y la ambición de poder? Porque, como advirtió el Papa Francisco en 2014 ─con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial─ “son motivos que alimentan el espíritu bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología; pero antes está la pasión, el impulso desordenado”?

¿Podemos aspirar a pasar del “a mí qué me importa”, “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” al llanto, como imploró también Jorge Mario Bergoglio:

“Por todos los caídos de la ‘masacre inútil’, por todas las víctimas de la locura de la guerra de todos los tiempos. Las lágrimas. Hermanos, la humanidad tiene necesidad de llorar, y esta es la hora del llanto”.

Lloremos pues… porque ¡es la hora del llanto!

Malena Hernández

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