Colaborar o competir, dilema inevitable

Una de las dudas que más frecuentemente me plantean mis clientes en mi actividad como consultor empresarial es cuándo enfatizar la colaboración dentro de un equipo de trabajo y cuándo animarlo a ser competitivo. Mi respuesta es que lo ideal es estimular la actitud colaborativa a nivel interno (“nos apoyamos mutuamente”) y el deseo de competir a nivel externo (“seamos mejores que nuestros competidores”).

Ante lo cual, en ocasiones me insisten: “Pero, ¿qué es más valioso en términos generales?, ¿enseñar a mi gente a que aprenda a colaborar entre sí o programarla para competir, inclusive entre sí?”. En lo personal, estimo que mucho depende del tipo de cultura organizacional y del estilo de liderazgo preferido. Ciertamente, hay empresas extremadamente competitivas, en las que se valoran el empuje y el deseo de ganar de todas, todas (“¡somos guerreros o ratones!”). Y hay otras en las que se aquilatan la cohesión y el entendimiento para desarrollar la fortaleza interna (“si no jalamos parejo, difícilmente espantaremos a nuestros competidores”).

Lo anterior viene a cuento porque la revista “Harvard Business Review” aborda el tema en su edición más reciente. Randall Peterson y Kristin Behfar, catedráticos de la London Business School, identifican una posición intermedia entre la colaboración y la competencia: la rivalidad colaborativa (‘cooperative rivalry’, en inglés). Si bien este tipo de relación se antoja contradictoria, resulta factible en el sentido de que no existe la colaboración absoluta, por la sencilla razón de que, si bien tú y yo tenemos intereses y objetivos comunes, a final de cuentas somos personas independientes y autónomas. Esto significa que en ocasiones estaremos de acuerdo y que, en otras, adoptaremos estrategias y tácticas opuestas. En casos así, yo trataré de convencer a nuestros superiores de que hagamos las cosas a mi manera y tú te enfocarás en que se hagan a la tuya. O sea, podremos estar de acuerdo en el qué, pero diferiremos en el cómo.

Dependiendo de los términos en los que se establezca la relación, la rivalidad colaborativa será positiva o negativa. Una relación positiva se dará cuando ambas partes poseen intereses similares y deciden cooperar entre sí para cumplir su meta. La relación se volverá negativa si las partes optan por competir entre sí para el cumplimiento de la meta.

Peterson y Behfar identifican cinco tipo de relaciones de trabajo, que pueden ser catalogadas de positivas, negativas o neutras. Las positivas son la cooperación (alinear intereses entre amigos) y la colaboración (acoplar intereses entre aliados), y las negativas son el conflicto (buscar que mis intereses prevalezcan sobre los de mis enemigos) y la competencia (hacer favorecer mis intereses sobre los de mis rivales). La quinta categoría, “máxima independencia posible”, consiste en neutralizar el impacto de terceras personas sobre los intereses propios.

En cualquier caso, opinan ambos expertos, más que idealizar las relaciones positivas y estigmatizar las negativas, tendríamos que estar preparados para el conflicto y la competencia cuando resulte imperativo hacer valer nuestros intereses sobre los de otros, sean estos amigos, aliados o enemigos.