Romper la amistad

Construir y mantener una amistad es una tarea ardua y desgastante. Quizás es más complicado que si se tratase de una relación amorosa. Una persona puede buscar el amor por ciertas necesidades: compañía, tener sexo, estatus social y económico; suscribir un contrato matrimonial o simplemente por el interés de tener hijos. Claro, uno dice que siente amor por la otra persona, pero esta condición no siempre es por voluntad. Sentir amor por alguien es el resultado de impulsos en nuestra química cerebral y por motivaciones inconscientes arraigadas en nuestra historia de vida. La amistad va más allá del simple hecho de encontrarse con una persona, convivir y tener información de ella. El acto mutuo y recíproco de la amistad solo se da en los seres humanos y existe un campo afectivo que construye un vínculo de apego y generalmente tiende a ser duradero, ya sea que se tenga o no algún vínculo familiar o de parentesco. Le damos un valor único a la amistad y eso nos lleva a tener muchas más amistades que amores a lo largo de la vida y lo mejor es que podemos combinarlos: un solo amor con decenas de amistades en un mismo momento.

La dinámica de los amigos es activa, compartida, con penas y alegrías; su lealtad y confianza inherentes permiten luego una mayor intimidad que la que se da en relaciones románticas. Se pueden alcanzar altos niveles de compromiso y solidaridad en amistades desde una temprana edad hasta la vejez. Y sí, en una pareja amorosa puede haber una relación de buenos amigos; y entre amigos, puede darse una relación muy amorosa. Pero la amistad tiene una forma de placer que va más por lo agradable, útil y conveniente de la relación, mientras que, si se involucra el erotismo, no el amor, puede derrumbarse estrepitosamente.

A todo esto, un amigo se puede ir sin avisar, porque algo motivó esa ruptura, causando un gran dolor, o porque simplemente elegimos no vivir esa experiencia. Al igual que en una relación amorosa, el vacío que deja esa pérdida puede llegar a ser irreconciliable. Si bien es cierto que hay amistades fugaces, algunas son prolongadas y muy cercanas, pues su valor depende de la frecuencia de verse y la etapa de vida donde inician. Por ejemplo, la adolescencia es un momento en el que se tiene más oportunidades de entablar una amistad. La búsqueda de identidad incrementa la necesidad de confiar y de convivir con personas muy selectas. Se consigue una amistad tan fácil que caemos en una promiscuidad amistosa permitida, pero que pone en juego la lealtad y la fidelidad. Es en esta etapa de vida en la que hay mayor queja y desilusiones con respecto al compromiso amistoso. Las discusiones en la escuela, en una fiesta, en una reunión social, sobre la actuación de un adolescente lleva a un fácil rompimiento. Actitudes de celos, envidia y egoísmo son factores que pueden ubicar a un adolescente en una situación de humillación y riesgo.

La manera más sencilla de perder amistades es iniciando una relación amorosa con una persona diferente o con el mejor amigo de la otra persona, y la manera más fácil de no tener amistades es refugiarse en el trabajo, en el deporte, la iglesia, la escuela o en el hogar familiar.

Quizá todos queremos tener muchas amistades y ser especiales para alguien en particular y ocupar un lugar preferencial, pero esta cuestión se ha puesto en tela de juicio a partir de la pandemia. ¿Cuántas amistades hemos perdido con ella y con cuántos amigos extraños convivimos ahora?

* Psicólogo clínico (UAQ), coordinador de área en Salud Mental y Psicológica de IXAYANA y psicólogo clínico adscrito al Hospital General Regional del IMSS-Querétaro. Ver otras colaboraciones de Saber de-mente.