El domingo 5 de junio se conmemora en una ocasión más el Día Mundial del Medio Ambiente. He sido preciso en utilizar el verbo “conmemorar”, pues hablar de “celebrar” o algún verbo similar no sería particularmente congruente de cara a la realidad medioambiental del planeta.
Hace ya un tiempo que la directora ejecutiva de ONU-Habitat, Maimunah Mohd Sharif, declaró que así como las ciudades de todo el mundo constituyen la principal causa del cambio climático, de la emergencia climática, también son la principal solución para lograr la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero para así tratar de evitar y mitigar el recrudecimiento de la crisis climática que se viene.
Como parte de los fenómenos de crecimiento y movilidad demográfica que vienen produciéndose desde la revolución industrial, que se acentuaron después de la Segunda Guerra Mundial y que han dado como resultado que más de la mitad de la población mundial viva en ciudades, las urbes son causa de los mayores impactos producidos en el medio ambiente, en buena medida como resultado de la satisfacción de las necesidades planteadas por las poblaciones urbanas y los modelos de consumo y producción que se concentran en las ciudades.
Desde la generación de energía, la provisión de servicios públicos, la quema de combustibles fósiles, las gigantescas cantidades de residuos alimentadas por las enloquecidas dinámicas de consumo e incluso la contaminación de la atmósfera, suelos y cuerpos de agua generados por procesos productivos que no se acogen a las regulaciones ambientales son razones para considerar que las ciudades son causa preponderante de los problemas ambientales que nos tocará enfrentar en las siguientes décadas.
Al mismo tiempo, el otro lado de la moneda dicta que en la misma causa generadora del problema está la solución. Por ejemplo:
1. Una mejor planeación urbana entendida como ciudades más compactas, con menos necesidad de movilidad distante entre suburbios, es una forma de reducir los gases de efecto invernadero generados por el consumo de combustibles fósiles. Además de que nos ayudaría a tener ciudades planeadas para personas y no para coches.
2. Un mejor diseño y selección de materiales de construcción puede reducir la necesidad de utilizar aires acondicionados o calefacción en días sin picos de temperatura, potenciando la ventilación natural de los espacios.
3. El diseño arquitectónico puede aumentar la irradiación interna de los edificios, reduciendo la necesidad de consumir energía eléctrica para iluminarlos. Y en todo caso, el uso de sistemas eléctricos más eficientes también reduce su consumo y, por ende, los efectos ambientales asociados a la generación de energía.
4. Los sistemas de eficiencia en el consumo de agua en edificios pueden ayudarnos a evitar la sobreexplotación y contaminación de este recurso, lo que resulta particularmente importante en zonas con tensión hídrica, como nuestro estado.
Estos, por solo mencionar algunos ejemplos, son muestra de que son las mismas ciudades las potenciales soluciones a buena parte de los problemas medioambientales. Pero no son las únicas: a fin de cuentas hay una forzosa necesidad de replantear nuestras decisiones personales y de estilo de vida.
Por último, las ciudades, con fuente de generación de riqueza y concentradoras de la innovación y la investigación, son finalmente el sitio de diseño y replanteamiento del futuro, y desde aquí es desde donde debemos repensar la forma en que procuraremos un medio ambiente en el que subsistirán las generaciones que vendrán atrás de nosotros.
*El autor es maestro en Derecho Ambiental y Políticas Públicas por la Universidad de Stanford, Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Querétaro y socio en Ballesteros y Mureddu, S.C.