En los años 80 una historia saturó las páginas de los periódicos y los espacios en noticiarios de radio y televisión, en una era en la que Internet apenas iba en desarrollo y los sitios de noticias no estaban en el radar.
La historia no ocurría en México, sino fue en El Salvador, país que enfrentaba una guerra civil, y se trató del asesinato de un sacerdote y varias religiosas vinculadas a la congregación católica de la Compañía de Jesús (jesuitas).
Recuerdo que la prensa nacional dio amplia difusión a este hecho, como ha sido esta semana con el asesinato de dos sacerdotes jesuitas en una alejada comunidad de Chihuahua, en una zona donde los grupos criminales mantienen controles. Las versiones (porque no hay nada confirmado) dicen que los curas fueron asesinados por apoyar y brindar cobijo a un integrante de un grupo criminal contrario, pero ninguna autoridad ha confirmado esto.
Lo que se ha confirmado es que los cadáveres se los llevaron y nadie sabe nada al respecto.
Sin duda es un hecho noticioso, de interés público, que tiene un impacto en la sociedad y ha desatado reacciones incluso en Palacio Nacional.
Los hechos de violencia no se pueden ocultar y el trabajo de medios y periodistas es ponerlos en contexto para ayudar a explicar la realidad que vivimos como país.
Sin embargo, estos asesinatos en Chihuahua me hicieron recordar aquellos en El Salvador por la amplísima cobertura mediática que se les ha dado.
Lo que me “brinca” es que hace casi tres décadas hemos visto una escalada de violencia directa en contra de ministros y ministras de culto de otras iglesias, de aquellas que se reconocen a sí mismas como cristianas o evangélicas, que prácticamente son todas las iglesias no católicas, pero que profesan la fe en Cristo.
El estado de Chiapas ha concentrado la mayor cantidad de crímenes cometidos contra líderes de estos cultos, incluyendo agresiones directas contra comunidades completas que abandonaron el catolicismo para convertirse a otra práctica religiosa.
Se han cometido crímenes en Oaxaca, Guerrero y Quintana Roo, y el colega periodista Oscar Moha Vargas ha ido documentando muchos casos, ha hecho reportajes y hasta ha explorado la posibilidad de impulsar protocolos de seguridad y autoprotección para dirigentes de iglesias evangélicas y sus feligresías.
Las mal llamadas minorías religiosas son reconocidas como un grupo de situación en vulnerabilidad, precisamente porque, pese a que nuestra Constitución reconoce la libertad de culto y creencias, en los hechos han sido objeto de violencia y discriminación.
Por más de 25 años se han cometido atrocidades contra grupos religiosos distintos al mayoritario y la prensa ha sido omisa en la cobertura o al menos no le ha dado los reflectores que hoy vemos con los asesinatos de dos sacerdotes católicos en Chihuahua.
Pareciera que los medios en México no tienen en su agenda la violencia contra minorías religiosas.
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*Periodista, autor del “Manual de Autoprotección para Periodistas” y de la “Guía de buenas prácticas para la cobertura informativa sobre violencia”. Conduce el programa “Periodismo hoy”, que se transmite los martes a las 13:00 h, por Radio Educación.
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