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septiembre 20, 2024

Queretanos ñähñu y otras víctimas de la intolerancia

(parte 1)

Intolerancia y racismo son dos ramas de un mismo árbol: el miedo. Ambas parten de la torcida premisa de que es justificable temer a aquellos que no comparten nuestras costumbres, creencias y valores. Estos “otros”, a quienes se les despoja de su identidad propia, son percibidos como diferentes en más de un sentido, por lo que se les sitúa en el polo opuesto del espectro social, cultural, político, étnico o religioso.

Si bien es cierto que en ocasiones es menester salir en defensa de lo nuestro (“Mas si osare un extraño enemigo profanar con sus plantas tu suelo…”, se nos alertaba ya en el México decimonónico), en ningún caso es de disculpar la discriminación, la agresión y el odio hacia quienes divergen de nuestra óptica de la realidad.

Una instancia de cómo la intolerancia extiende sus tentáculos al acontecer actual es el reciente atentado en contra del escritor Salman Rushdie por parte de un fanático religioso, tres décadas después de que un jerarca iraní -cuyo nombre no vale la pena recordar- lo condenara a muerte por su novela “Los versos satánicos”, a la que arbitrariamente etiquetó de “blasfema”.

Otro ejemplo, dolorosamente cercano a la realidad cotidiana de los queretanos, es la violenta agresión sufrida hace unas semanas por el niño Juan Pablo ‘N’ a manos de sus compañeros de clase, en la comunidad El Salitre, aledaña a esta capital. ¿El motivo? Ser un queretano ñähñu y hablar diferente. Como es ampliamente sabido, el menor no solo sufrió de acoso, sino que sus victimarios decidieron prenderle fuego, causándole quemaduras de segundo y tercer grado. Para vergüenza nuestra, la noticia le dio la vuelta al mundo por su inusitada crueldad y violencia.

RACISMO, EL ROSTRO VIOLENTO DE LA INTOLERANCIA

En su libro “Sobre la violencia” (1970), la filósofa alemana Hannah Harendt señala que el racismo está inevitablemente preñado de violencia. Ejemplos hay muchos a lo largo de la historia, incluyendo el odio racista instigado por los nazis en el pueblo alemán para justificar las atrocidades que incidieron en el genocidio de 6 millones de judíos. Tristemente, como hemos constatado, la violencia racial no está confinada al pasado.

Otra de las autoras que ha estudiado el fenómeno del racismo es Susan Arndt, profesora de la Universidad de Bayreuth, quien en su obra “Herencia racista” (2012) encuentra una conexión entre la discriminación racial y el descubrimiento de América, ya que fue alrededor de 1492 cuando el término “raza” empezó a figurar en documentos de la corona española para comparar ventajosamente a los europeos con otros pueblos del orbe.

Arndt aduce que el dinero utilizado por la reina Isabel de Castilla para financiar la expedición de Colón en búsqueda de una ruta hacia las Indias provenía de las propiedades confiscadas a los musulmanes y judíos expulsados de España por el mero “delito” de no ser copartícipes de la fe cristiana.

Tras la conquista de los pueblos originarios de América, los europeos empezaron a diseminar la creencia de que la raza caucásica era superior a otras con el pretexto de ser supuestamente más avanzada. “Esto llevó a la idea de que los blancos eran los únicos capaces de aspirar al progreso, pues tenían a la cultura y a la razón de su parte”, precisa la mencionada autora.

(CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA)

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