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septiembre 20, 2024

Queretanos ñähñu y otras víctimas de la intolerancia (parte 2)

La intolerancia no es un fenómeno nuevo, eso bien lo sabemos. El desasosiego ante aquellos que nos resultan diferentes es hasta cierto punto comprensible, pues nos parecen de alguna manera extraños. Quizás se trate de una reacción instintiva que nos lleva a querer proteger lo nuestro, de la misma forma en que una leona le gruñe al intruso que ronda su guarida, temerosa de que este pueda atacar a sus cachorros.

Lo que no es, de ninguna manera, justificable es la hostilidad hacia el “otro” simplemente porque no es como nosotros, pues entramos entonces en el espinoso terreno de la intolerancia, ya que pasamos de “tolerarlo” (que tampoco es lo ideal) a ya no estar dispuestos a hacerlo.

Después de dos guerras mundiales e innumerables episodios de violencia interracial y étnica (me refería aquí la semana pasada al holocausto judío en la Alemania nazi), uno pensaría que en el siglo 21 habríamos ya aprendido la lección. Tristemente, no es el caso. Martin Jacques, un periodista británico, señala: “En el corazón mismo de la globalización surge una nueva variante de la intolerancia en el Occidente hacia otras culturas, tradiciones y valores, menos brutal que la del colonialismo, pero más generalizada y totalitaria”.

Si alguien tuvo en algún momento la esperanza de que la globalización, que simbólicamente apareció en escena con la caída del Muro de Berlín, nos llevaría no solo a una apertura de capitales y fronteras, sino a una mayor aceptación de la diversidad humana, claramente esto no ha sucedido. Y, como señala Jacques, no solo no ha sucedido sino que hemos sido testigos del resurgimiento de los totalitarismos.

Una nueva variante de este racismo ha retoñado en nuestra propia casa, ilustrada por la violencia ejercida en contra del menor Juan Pablo ‘N’ por sus compañeros de clase, en la comunidad El Salitre, fundamentalmente porque él es un queretano ñähñu y ellos no. ¿En qué momento se pasó del ‘bullying’ del que él fue víctima a un sanguinario ataque a su persona en el que se le prendió fuego, causándole quemaduras de segundo y tercer grado?

No poseo evidencia alguna para sugerir que a este penoso acontecimiento se le haya querido minimizar con la excusa de que se trató de un “hecho aislado”, pero hay algunos matices del caso que son de llamar la atención. Cito, por ejemplo, a Elías Camhaji, del diario hispano “El País”, quien en su momento abordó a la secretaria estatal de Educación, Martha Elena Soto, sobre el tema: “La funcionaria se resiste… a calificar lo sucedido como ‘bullying’ o racismo [y] achaca el incidente a la ‘crispación’ provocada por la pandemia”. Admitiendo que podría aducirse que la cita se encuentra fuera de contexto, cordialmente invito al lector a que decida por sí mismo: https://elpais.com/mexico/2022-07-03/quemado-vivo-por-ser-indigena-el-brutal-ataque-contra-un-estudiante-otomi-en-una-escuela-de-mexico.html.

Juan ‘N’ es solo un botón de muestra de cosas que no están nada bien en nuestra sociedad y de las que a veces nos resistimos a hablar. Y me pregunto: ¿qué tendríamos que hacer para que la violencia ejercida en contra de Juan Pablo no se repita jamás? Lo primero, diría, es que no nos convirtamos en cómplices de este tipo de hechos, pues, querámoslo o no, formamos parte de un entramado social cuyas raíces se nutren de una intolerancia aparentemente etérea.

Queretanos ñähñu y otras víctimas de la intolerancia

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