En entregas anteriores he abordado diversos aspectos del fascinante mundo de los emprendedores, personajes que han logrado destacar por su innovadora manera de identificar y atender las necesidades de los grandes públicos, a menudo ignoradas o menospreciadas por las industrias que dominan el mercado y las varias instancias de la sociedad civil.
En un sentido amplio, emprender es poseer la iniciativa de llevar a la realidad un deseo, idea o proyecto particularmente ambiciosos, como podrían atestiguar los emprendedores previamente reseñados en esta serie, entre ellos, los hermanos Cosme y Alberto Torrado, Carlos Slim, Richard Branson, Jim Bezos, Henry Ford, Alondra de la Parra y Rosalía, la joven cantante y compositora española.
Me enfoco ahora en un emprendedor que, a mi parecer, ejemplifica las luces y sombras del emprendimiento. Me refiero a Elon Musk, el controversial magnate sudafricano, quien en 2022 se colocó en el ojo del huracán a raíz de su escandalosa adquisición de la plataforma social Twitter, que ha empañado su imagen como personaje público.
No fue así en un principio. Tesla, el singular automóvil deportivo de propulsión eléctrica, salido de su ensambladora en California, le permitió desafiar a los gigantes de la industria automotriz, quienes reaccionaron con desdén ante su inusitado éxito.
Su espíritu emprendedor quedó de manifiesto desde sus tiempos de estudiante universitario, cuando convenció al Dr. Peter Nicholson, un prestigiado economista canadiense, de que le permitiera hacer sus prácticas profesionales en Scotiabank, no porque al audaz novato le interesara convertirse en banquero, sino para aprender de su peculiar manera de hacer negocios. “Era un chico extremadamente brillante, lleno de curiosidad, y que ya pensaba a lo grande”, comentaría después Nicholson. Refirió que ambos disfrutaban especular sobre temas tan profundos como el origen del universo y el significado de la vida.
Uno de los temas favoritos del joven Musk era el espacio exterior, de ahí que en 2002 creara SpaceX, una compañía destinada a reducir los costos de la exploración espacial, con miras a la colonización del planeta Marte. Entre los numerosos logros de SpaceX: en 2010 se convirtió en la primera empresa privada en colocar una nave espacial en órbita y, en 2020, fue la primera en enviar astronautas a la Estación Espacial Internacional.
Interesado en desarrollar fuentes de energía renovable, Musk fundó en 2006 SolarCity, una organización sin fines de lucro dedicada a diseñar, financiar e instalar sistemas de energía solar. En reconocimiento a su mentalidad innovadora y otros méritos, ha recibido varias distinciones, entre ellas, las de Innovador del Año y Emprendedor del Año, respectivamente, en 2007, así como Leyenda Viviente de la Aviación, en 2010.
Adicionalmente, la revista “Business Insider” lo incluyó entre “los 10 principales visionarios de negocios que crean valor en el mundo” y fue uno de los firmantes de “The giving pledge” (“La promesa de dar”), un acuerdo entre un selecto grupo de millonarios, quienes han decidido donar una parte de su fortuna a causas sociales.
No obstante, pareciera que Musk se hubiese empeñado en sabotearse a sí mismo con varias decisiones cuestionables, como la ya mencionada adquisición de Twitter, así como por otras acciones éticamente dudosas, que abordaré aquí la semana entrante.
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