Hace unos días tuve oportunidad de asistir a la ceremonia de jubilación de un querido amigo, el Dr. Luis Felipe Torres, quien culminó de esta manera su exitosa carrera docente en el campus Querétaro del Tec de Monterrey. Al hacer uso de la palabra, confió a los asistentes que su propósito de vida ha sido contribuir al desarrollo de las personas compartiendo su experiencia y sus conocimientos. Reveló también, que entre sus planes se encuentra escribir un libro sobre administración de empresas familiares, que es el área de especialidad en su doctorado. Conociendo su propósito de vida, no dudo de que, en efecto, Luis Felipe escribirá su libro, abonando con ello al desarrollo profesional y personal de innumerables personas, como siempre lo ha hecho.
Si tienes claro tu propósito en la vida, no solo se convertirá este en la brújula que guiará cada una de tus acciones, sino que quedará allí condensada la esencia de tu narrativa personal. En el caso de mi amigo, podemos describir así su narrativa de vida: “Me consagro al desarrollo de mis semejantes”.
La narrativa de vida no surge, desde luego, en un momento de inspiración. Se origina en aquellas creencias que, a manera de raíces, se encargan de nutrir nuestra identidad desde los primeros años. En más de una ocasión les he compartido, queridos lectores, una frase que solía repetirme mi padre cuando era pequeño: “Raúl, si vas a hacer algo, hazlo bien; de lo contrario, no lo hagas”. Esta simple frase contribuyó a moldear mi narrativa personal, pues una de las historias que me define desde entonces es: “Soy alguien que se esmera en hacer bien las cosas”. No siempre lo logro, desde luego. Pero, como diría el personaje de un chiste: “De que me esmero, me esmero”.
Así pues, las creencias sobre uno mismo forman parte de la narrativa de vida. Distan, sin embargo, de ser las únicas. Habría que revisar también cuáles son tus creencias sobre la naturaleza de la existencia humana. Si, por ejemplo, alguien está convencido de que el mundo es un lugar lleno de injusticias y sufrimientos, su narrativa personal se asemejará, en consecuencia, a la de una tragedia griega: “Mi vida está marcada por el sufrimiento”. Las narrativas derivadas serán, también, de similar factura: “El mundo está conformado por dos tipos de seres: aquellos que hacen sufrir y los que sufren”. Ante la falta de opciones, lo único que le quedará por decidir es si quiere formar parte de los primeros o de los segundos.
Una historia que he incorporado a mi narrativa de vida es la siguiente: una mujer llega en busca de un maestro espiritual y le dice: “Maestro, tengo un pequeño negocio y en ocasiones me toca atender a clientes que no son buenas personas, ¿cómo me aconseja tratarlos?”. El maestro responde: “De hoy en adelante, cada vez que veas entrar a alguien por la puerta, te dirás: ‘Sin importar quien sea esta persona, estoy segura de que hay muchas cosas buenas en ella’, y así la recibirás y tratarás”. La mujer le da las gracias y dejan de verse. Años después, se encuentran de nuevo y la mujer le dice jubilosamente: “¡Maestro, desde ese bendito día no ha vuelto a entrar a mi negocio ni una sola persona que no tenga algo bueno!”.
El mundo en el que vivía esta mujer seguía siendo el mismo en el que tú y yo vivimos. Lo que sí cambió fue su narrativa de vida, que ahora giraba en torno a esta nueva frase: “Todos tenemos algo bueno; mi tarea es buscarlo. Y si lo busco, lo encontraré”.
Y a todo esto, ¿cuál es tu narrativa de vida?
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