Hola, queridos lectores de Navegando en la Educación Digital. Hoy abordamos un tema fascinante pero también complejo: el impacto de la Inteligencia Artificial (IA) y los metaversos en la educación. Pero, ¿qué sucede cuando estos conceptos se convierten en un “hype” o moda pasajera impulsada más por la mercadotecnia que por su real utilidad académica?
Las burbujas tecnológicas en la educación
Antes de lanzarnos al entusiasmo por las nuevas tecnologías, como docentes y como público, es crucial entender que la industria tecnológica a menudo crea “burbujas”. Estas burbujas son impulsadas por la mercadotecnia y suelen reventar en algún momento, pero eso no significa que estas tecnologías carezcan de valor en el ámbito académico. El truco está en saber diferenciar entre el ruido mercantil y la verdadera substancia pedagógica.
Descifrando la Inteligencia Artificial (IA)
Para comprender mejor qué es la IA, es fundamental abordarla desde distintas categorías, que pueden variar según su generalidad, capacidades, técnicas o aplicaciones. Descifrando la Inteligencia Artificial nos encontramos con varios tipos:
IA Estrecha: son sistemas diseñados para tareas específicas, como recomendaciones de música o rutas en un GPS.
IA General: este tipo aún es más teoría que realidad, pero aspira a razonar y aprender en múltiples ámbitos, de forma similar a un humano.
Según las capacidades, podemos categorizar la IA de la siguiente manera:
IA Reactiva: estos sistemas actúan en función de un conjunto de reglas predefinidas y no poseen memoria persistente.
IA con Memoria Limitada: estos sistemas utilizan datos históricos o memoria temporal para tomar decisiones más informadas.
Dentro de la educación, la IA puede ayudar en cosas como tutorías personalizadas o evaluaciones en tiempo real. Podemos aprovechar estas tecnologías para hacer más eficiente el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Entendiendo los metaversos
Ahora, el término “metaverso” suena muy futurista, pero básicamente son lo que conocíamos como mundos virtuales. Lo interesante es que estos entornos ahora son accesibles no solo desde una computadora, sino también a través de Realidad Virtual (RV), Realidad Aumentada (RA) y otros dispositivos como teléfonos móviles y ‘tablets’.
¿Qué hay en un nombre?
El concepto de “metaverso” no es nuevo; se originó en la novela “Snow Crash”, de 1992, y representa un mundo virtual donde las personas interactúan sin las limitaciones del mundo real.
Este concepto se ha explorado a lo largo de los años bajo diferentes nombres y formatos:
Mundos Virtuales (MV): son entornos generados por computadora en los cuales los usuarios interactúan entre sí y con el entorno.
Massively Multiplayer Online Role-Playing Game (MMORPG): estos son videojuegos en línea que permiten la interacción de miles de jugadores en un mundo virtual.
Virtual Reality Massively Multiplayer Online (VRMMO): similar a los MMORPG, pero estos juegos utilizan dispositivos de realidad virtual para una experiencia más inmersiva.
SANDBOX: videojuegos no lineales donde la creatividad del jugador permite modificar el entorno y construir un mundo virtual único.
Y no solo se trata de juegos. Los metaversos pueden ser también entornos educativos, donde los alumnos pueden aprender de una manera más activa y colaborativa. En resumen, aunque el término “metaverso” pueda sonar moderno, la idea subyacente ha estado en desarrollo y evolución durante décadas, explorándose en diversos contextos, desde el entretenimiento hasta la educación.
Conclusión
En resumen, la promesa de la IA y los metaversos en la educación es tanto emocionante como incierta, con potencial para ser tanto una revolución como una burbuja tecnológica. Pero, más allá del ‘hype’, yace nuestra responsabilidad colectiva como educadores, padres de familia y miembros de la sociedad: la de entender estas tecnologías a fondo antes de integrarlas en nuestras vidas y sistemas educativos. La próxima vez que escuches hablar de estas tendencias, no te dejes seducir únicamente por el entusiasmo inicial. Investiga, comprende y cuestiona, porque la educación no es un lujo pasajero, sino una inversión profunda en nuestro futuro colectivo. Y esa inversión merece toda la atención, cuidado y crítica que podamos brindarle.
