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noviembre 26, 2024

De la autoestima a la autocompasión (Parte 4)

Si la autoestima y el sentido de compasión hacia ti mismo forman parte de tu repertorio de vida, felicidades: la primera te permite valorarte tal como eres y la segunda te faculta a conectarte con tus momentos de dolor para transformar el sufrimiento en alegría. Combinadas, ambas favorecen la felicidad y el optimismo.

Los individuos con alta autoestima se caracterizan por su pensamiento positivo, que han incorporado a sus conversaciones internas. Por ejemplo: “Son más mis fortalezas que mis carencias”, “si otros critican mis errores, esto no disminuye mi valía como persona”, “merezco el respeto de los demás y si no me lo dan es cosa de ellos”, “ejerzo una influencia positiva en mi círculo cercano y en verdad disfruto hacerlo”, “puedo reírme de mí mismo cuando cometo un error”, “no siento la necesidad de compararme con otros; me siento feliz tal como soy”.

En su libro “Los seis pilares de la autoestima” (2011), Nathaniel Branden establece que los individuos que poseen una alta autoestima han aprendido a respetarse y quererse. “El autorrespeto –apunta– este psicoterapeuta canadiense- supone hacer valer mi derecho a vivir y ser feliz, así como reivindicar mis pensamientos, deseos y necesidades”. Lejos de pensar que somos perfectos o superiores, simplemente significa que somos capaces de creer en nosotros mismos.

Si la autoestima te lleva a celebrar tus triunfos, la autocompasión te impulsa a mostrarte generoso con tu ser interior cuando te sientes abrumado por tus fracasos. Ante el dolor, respondes con amabilidad y bondad hacia ti; tomas responsabilidad por tus debilidades y tus fallas, y aceptas que si en ocasiones las cosas no salen como quisieras, no hay nada de malo en ello. Tampoco se trata de sentir lástima por ti mismo ni de regocijarte en el sufrimiento. Al contrario, los individuos autocompasivos están conscientes de sus limitaciones y, en vez de sacarles la vuelta, buscan la manera de hacerse cargo de ellas.

En “Sé amable contigo mismo” (2016), Kristin Neff, autora de 40 artículos académicos sobre el tema, reconoce que vivimos en una sociedad poco abierta a la autocompasión, pues equivocadamente se nos enseña que si no damos siempre lo mejor de nosotros mismos es porque carecemos de ambición y, por ende, somos merecedores del fracaso. “La bondad hacia uno mismo –señala– consiste en dejar de juzgarse y emitir comentarios autodenigrantes, requiere que entendamos nuestros puntos débiles en vez de condenarlos”.

No basta, sin embargo, con dejar de juzgarnos. Es menester aprender a conmovernos con el dolor propio si queremos apaciguar nuestra mente atormentada. Para ello, deberíamos prodigarnos calidez y amabilidad, para de esta manera posibilitar la autocuración interior.

Para facilitar el desplazamiento de la autocrítica hacia la autocompasión, Neff sugiere plantearnos preguntas como las siguientes: ¿por qué tipo de cosas me juzgo y me critico?, ¿qué lenguaje utilizo para describirme cuando me juzgo con dureza?, ¿me angustia la posibilidad de aceptarme tal como soy?, ¿cuáles son mis reacciones típicas ante las dificultades de la vida?, ¿si se me presenta un problema inesperado, tiendo a minimizar mi sufrimiento para no perder de vista la solución?, ¿si las cosas salen mal me culpo a mí misma o intento recordar que todos pasamos por momentos difíciles?

(CONTINUARÁ LA SIGUIENTE SEMANA)

De la autoestima a la autocompasión (parte 3)

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