Todo movimiento social para reivindicar los derechos de algún sector de la población (mujeres, niños, adultos mayores, campesinos, obreros, comunidades LGBT) se coloca, irremediablemente, en un momento dado, en una trayectoria de choque con quienes conforman el sector mayoritario. Describía ya dicho fenómeno en la entrega pasada, apoyándome en la tercera ley de Newton: “Toda acción genera una reacción de igual intensidad, pero en sentido opuesto”.
Cuando estos movimientos se convierten en revolucionarios, son capaces de desplazar a los grupos de poder, cambiando así el curso de la historia. Pensemos en el triunfo de la Revolución francesa, a la luz de la legendaria consigna: “Liberté, égalité, fraternité”.
En el caso del feminismo, que busca la equidad de derechos entre hombres y mujeres, el movimiento ha tenido sus altas y bajas a partir del impulso inicial que significó la Declaración de los Derechos de la Mujer, documento surgido en 1791 de la pluma de la escritora francesa Olympe de Gouges, en respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre, emanada de la ya citada Revolución francesa.
Dos acontecimientos ocurridos esta semana significan un serio revés para los antifeministas a nivel global. El primero fue el anuncio, el viernes pasado, del Premio Nobel de la Paz, que fue otorgado a la activista iraní Narges Mohammadi “por su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y su lucha por promover los derechos humanos y la libertad para todos”, como reza el texto del comité que lo concede. Mohammadi cumple una sentencia de 10 años, en Teherán, por difundir propaganda en contra del estado.
Nazanin Zaghari-Ratcliffe, quien fuera compañera de celda de la activista iraní, expresó su júbilo: “Me da tanto gusto por ella, pues ha visto por nosotras en la prisión de Evin a través de su valiente lucha contra la violación de los derechos de la mujer, el confinamiento solitario y la manera de actuar del sistema de justicia en Irán”.
El segundo golpe a los antifeministas se dio este lunes, cuando la Real Academia Sueca de Ciencias concedió el Premio Nobel de Economía a la catedrática estadounidense Claudia Goldin, por su investigación pionera en el tema de la inequidad de salarios entre hombres y mujeres en el mercado laboral. De acuerdo con sus indagatorias, las mujeres no solo ganan menos que sus contrapartes masculinas, sino que se les presentan menos opciones de llegar a lo más alto en su desarrollo profesional.
Lejos de echar las campanas a vuelo, el triunfo en ambas batallas no significa, en absoluto, que las feministas hayan ganado la guerra. Lejos de ello, el poder patriarcal buscará la manera de reagruparse para afianzar su dominio de los espacios de opinión pública. La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, especializada en opinión pública, asegura que, invariablemente, los medios de comunicación respaldarán las creencias mayoritarias y subestimarán las minoritarias, situación que abona al poder de las sociedades patriarcales. Dicho de otra manera, la balanza aún se inclina hacia aquellas creencias que relegan a las mujeres a los espacios domésticos y a la sumisión de la autoridad masculina.
Paulatinamente, el poder patriarcal se ha ido agrietando. Para revertir esta tendencia, los antifeministas se empeñarán aún más en seguir librando una desesperada batalla para aferrarse a aquellos resquicios de poder que hasta la fecha explotan, controlan y detentan. Ha sido, y seguirá siendo, una guerra cruenta.
(CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA)
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