GURÚES

Educar es a la vez jugar (parte 2)

¿En qué se parece una universidad a una empresa de carácter industrial? De entrada, en poco, ya que mientras la primera es un sitio de reflexión y de conocimiento, la segunda es un espacio esencialmente generativo y productivo. Sin embargo, pocos saben que la universidad moderna fue modelada a partir de las fábricas textiles del siglo 18, que fueron el caballito de batalla de la revolución industrial.

Etimológicamente hablando, fabricar se deriva del latín ‘fabricare’, que significa “hacer” o “construir”. De igual manera, podríamos decir que en la universidad se construye el conocimiento de acuerdo con los dictados establecidos por la industria: puntualidad, disciplina, orden y control de procesos.

“Aquí se viene a trabajar”, la frase tantas veces repetida en los espacios fabriles hasta convertirla en mantra, encontró su equivalente en el apotegma “aquí se viene a aprender”, de los centros educativos, frase a su vez cobijada por el ‘magister dixit’ medievalista (“lo ha dicho el maestro”), expresión cuyo único propósito era recordarnos que la retórica de un educador es irrefutable.

Frases como las anteriores marcaron el tono que ha acompañado a las instituciones educativas desde entonces y que cayó en su nivel más bajo con la infame cantaleta de “la letra con sangre entra”, que ejemplifiqué aquí la semana pasada con una anécdota de uno de mis maestros de primaria, quien solía lanzar el borrador con asombrosa puntería a todo aquel que osara colmarle la paciencia en clase.

Siguiendo la iniciativa de la filóloga Irene Vallejo, quien aboga por una institución escolar risueña y lúdica, me declaro un ferviente seguidor de la filosofía del aprender jugando. En “Teoría de los juegos” (1958), el sociólogo francés Roger Callois señalaba acertadamente: “De manera general cabe decir que el juego se presenta como una educación -sin fin predeterminado- del cuerpo, el carácter o la inteligencia… El juego no da recetas, sino que desarrolla aptitudes” (p. 161).

En la misma línea, el educador español Jordi Musons argumenta en “Reinventar la escuela” (2022) que el aula no es el único lugar en el que el niño aprende: “Utilizar los espacios exteriores de la escuela puede abrir una puerta a la naturaleza, la luz y el juego como instrumento de aprendizaje” (p. 125). Uno de estos espacios es el patio, en el que los niños corren libremente a la hora del recreo. “Mientras se recrean –plantea–, los niños experimentan de manera segura, aprenden de lo que les rodea, resuelven conflictos, prueban nuevos desafíos y conductas, se adaptan a nuevas situaciones y fortalecen su autoestima y su personalidad” (ibid.). Lo anterior es posible debido a que el juego posee la virtud de activar el desarrollo emocional, social, cognitivo y motriz de todo aquel que lo practique.

Convencido de que la experiencia educativa debe ser vivida a plenitud por mis estudiantes, a lo largo de los años he ido incorporando el elemento lúdico a mi labor docente. Si el lector / lectora acertase a transitar por fuera del aula donde imparto mis clases, seguramente escuchará risas y algarabía. Hoy mismo mis alumnos realizaron algunas de las siguientes acciones en la sesión que tuvimos: brincaron, aplaudieron y escucharon la música de jóvenes raperos mayas, toltecas, totonacas y zapotecas cantando en sus lenguas nativas.

Hemos logrado transformar el decadente ‘magister dixit’ en un refrescante y vivificante ‘ludere volo’ (quiero jugar).

(Continuará la semana entrante)