Educar es a la vez jugar (parte 3)

Yo no sé ustedes, pero tengo un grato recuerdo de los veranos en mi niñez. Mis amigos y yo éramos felices, pues nos la pasábamos todo el día en la calle, paseando en bicicleta, jugando “bote pateado” o lo que se nos ocurriera. Incluso en Matamoros, la norteña ciudad donde vivíamos que no era aún lugar de cárteles, como lo es hoy en día. Y si los pequeños podíamos jugar libremente allí, seguramente lo podía hacer cualquier niño o niña en cualquier parte de México.

Dejando de lado el tema de seguridad, los niños de ahora se la tienen que pasar buena parte del verano en la escuela, estudiando. De acuerdo con el calendario oficial de la SEP, los escuincles se encontrarán el próximo verano en clases: todo mayo, junio y julio, de hecho. Solo dispondrán de agosto para tomar un respiro antes de regresar en septiembre.

Desde el punto de vista educativo esto es bueno, supongo. Sin embargo, ¿no se supone que la niñez es para disfrutarla? Porque, si agregamos el tema Internet / videojuegos a la ecuación, ya sea que estén en vacaciones o no, los chiquillos se la pasarán pegados a las pantallas en sus ratos libres, cuando bien podrían estar corriendo libremente en el jardín o en el parque.

No debemos olvidar que jugar es un derecho de los niños, pues así lo garantiza la ONU en el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño, en el que se establece que los infantes tienen el derecho “al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad, y a participar libremente en la vida cultural y en las artes”.

Manuel Sánchez Montero, autor del libro “En clase sí se juega” (2021), cita varios estudios internacionales que indican que los niños de hoy pasan casi un 50 por ciento más de su tiempo estudiando que hace una década. ¿Por qué entonces los profesores se empeñan en saturar a los pequeños de tareas extraescolares? Sobre este particular, no me dejarán mentir los padres de familia, quienes se ven obligados a explicarles a sus hijos en casa las reglas de acentuación y las tablas de multiplicar, como debieron hacerlo los maestros en el amplísimo tiempo en el aula.

Si las escuelas incorporasen el componente lúdico a las actividades académicas, otro gallo nos cantaría. En “Cerebro, infancia y juego” (2023), María Couso aboga por esta posibilidad, ya que el juego es la herramienta ideal para el desarrollo cognitivo. Si bien tendemos a asociar juego con diversión o entretenimiento, esto no es necesariamente el caso. “Los niños y las niñas juegan para aprender -afirma la autora-, experimentando con el entorno natural, social y tecnológico”.

El juego también sirve para que los educandos aprendan las competencias socioemocionales que las empresas exigen hoy de su talento humano, ya que este hace las veces de agente socializador. “¿Cómo se relacionan tus hijos o hijas con otros niños si no es mediante el juego?”, pregunta Couso, para luego agregar que lo que enamora del juego es el tiempo compartido con otros.

Jordi Musons comulga con este razonamiento en “Reinventar la escuela” (2022), al subrayar la importancia de aprender a relacionarnos. “Desde el punto de vista relacional -sostiene-, los humanos damos sentido a nuestra propia experiencia cuando nos conectamos con otros humanos”. Dicho de otra manera, el juego sienta las bases para que el pequeño sea capaz de trabajar en equipo una vez llegado el momento de su incorporación al ámbito laboral.

(CONTINUARÁ LA SEMANA ENTRANTE)