Te pido responder las siguientes preguntas relacionadas con el tema de límites emocionales. Para ello, selecciona una de estas tres posibles respuestas: casi siempre, en ocasiones, rara vez. 1) Cuando alguien me dice algo que me lastima, tiendo a guardarme mis sentimientos o me desahogo después con otros. 2) Si otros me critican en forma negativa, prefiero no discutir para llevar las cosas en paz. 3) Repaso una y otra vez en mi cabeza conversaciones desagradables y me viene a la mente lo que me quedé con ganas de decir. 4) Me abstengo de dar retroalimentación directa a otros para evitar meterme en problemas.
Si respondiste “casi siempre” a tres o más de las preguntas anteriores, es muy posible que le permitas a otros traspasar tus límites emocionales. Digámoslo así: de la misma manera en que colocas una barda o pones un letrero para prevenir que alguien ingrese en tu propiedad sin permiso, es necesario que construyas barreras para impedir que otros te ofendan o lastimen tus sentimientos. En su libro “Asserting yourself at work” (2010), Constance Zimmerman señala que las líneas imaginarias que establecemos para proteger nuestros límites emocionales serán sólidas si somos asertivos en nuestra manera de relacionarnos con otros y débiles o inexistentes si tendemos a mostrarnos pasivos.
La asertividad podría definirse como la suma de comportamientos orientados a sostener y defender nuestras necesidades e intereses personales de manera clara y directa. La ejercemos a través de nuestra comunicación cotidiana: “Me ofende esto que acabas de decir, pues siento que me estás juzgando de manera arbitraria. Estoy dispuesta a recibir tus críticas, siempre y cuando lo hagas dando ejemplos específicos y utilizando argumentos sólidos; de lo contrario, te pediré que te abstengas”. O bien: “A manera de retroalimentación: me he dado cuenta de que tiendes a referirte a tus colegas, yo incluido, de una manera que podría interpretarse como despectiva; te agradeceré plantear las cosas de manera más constructiva”.
Si, por el contrario, actuamos en forma pasiva, nos dejaremos llevar por el temor a salir en defensa de nuestros deseos y necesidades o subordinarlos a los de otros. “Dado que una persona pasiva no expresa con claridad sus puntos de vista –apunta Zimmerman–, no resulta fácil abordar las situaciones difíciles con él o con ella”. Este tipo de individuos tienden a disculparse por lo que hacen o dejan de hacer y a ocultar su desaprobación de otros, pues evitan las confrontaciones.
Sin embargo, resulta necesario distinguir la asertividad de la agresividad a la hora de defender nuestros límites emocionales: mientras que la persona asertiva expresa con claridad sus puntos de vista, la agresiva pretende imponerlos. “Lejos de colaborar con otros, la persona agresiva prefiere ejercer su dominio a través de amenazas, recurriendo inclusive al ‘bullying’”, expresa la citada autora. Huelga decir que una persona así no vacilará en violar los límites emocionales de familiares, amistades y colaboradores.
Si te identificas con afirmaciones como las siguientes, es posible que te encuentres en dicho caso: “Odio que los demás cuestionen mi autoridad”, “no tolero los errores de otros”, “no entiendo por qué mis colaboradores me tienen tanto miedo”, “las reglas se hicieron para obedecerse… y punto”, “lo puse en su lugar porque se lo merecía”, “no te pregunté si estabas de acuerdo, simplemente hazlo”.
(Continuará la próxima semana)
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