“De una vez les voy a dar a conocer que en esta ocasión no voy a asistir el 5 de febrero a Querétaro, el día de la Constitución”, anticipó el presidente Andrés Manuel López Obrador en la mañanera del 12 de enero; ese día, la nota fue que presentará, desde Palacio Nacional, un paquete de iniciativas “que tiene que ver con el bienestar, que tiene que ver con salarios, con pensiones, con la reforma al Poder Judicial, la reforma electoral, la democracia, todo”, dijo.
Obviamente, la lectura que se le dio al anuncio fue que persigue un fin electoral, ya que el presidente sabe de antemano que para concretar esas reformas constitucionales, se requiere de una mayoría calificada que Morena y sus aliados no tienen; así que, en realidad, la no aprobación -en un elocuente discurso acerca de que la oposición está en contra del “pueblo bueno y sabio”- será explotada al máximo durante las campañas.
Sin embargo, sus declaraciones de ese día permiten también sacar otro tipo de conclusiones, particularmente en cuanto a no acudir al inmueble en el que el Congreso Constituyente discutió y aprobó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917; y en donde, año con año, con gran solemnidad y respeto, la clase política del país conmemora su promulgación.
El próximo 5 de febrero, el presidente no honrará la Carta Magna que juró cumplir y hacer cumplir; por el contrario, en un evento por demás simbólico, realizará un acto de rebeldía y repudio hacia esta, porque considera que la vigente fue despojada de su letra y espíritu original para sustituirlos por “dogmas neoliberales e intereses oligárquicos”; y su estrategia para el desaire será evocar la abrogada Constitución de 1857:
“Vamos a conmemorar ese día aquí, en el recinto en donde se aprobó la Constitución de 1857, y voy a presentar ese día todas las iniciativas de reforma a la Constitución aquí”, dijo, para luego detallar: “Siempre hablamos de la Constitución del 17, pero muchos de los fundamentos de la Constitución del 17 se definieron en la Constitución liberal, incluso se mantuvieron muchos artículos de esa Constitución de la Reforma; y lo vamos a hacer en el recinto, porque aquí en Palacio en ese entonces sesionaban los legisladores, y aquí estaba también en un tiempo el Poder Judicial, en Palacio”.
Y narró: “El recinto donde se aprueba la Constitución en 1857 se incendió, 1873, un año después del fallecimiento del presidente Juárez, muy cerca de donde vivía aquí, en Palacio. Entonces, permaneció abandonado. Se rehabilitó a principios de los años 70 del siglo pasado y quedó muy parecido a como estaba en ese entonces, y es un sitio poco conocido del palacio por la gente, y ahí vamos a llevar a cabo esta ceremonia de exposición de las iniciativas de reforma a la Constitución para que el Congreso empiece a estudiarlas y en su momento se analicen, se discutan, se aprueben o no, que sea en Poder Legislativo el que decida”.
¿Y por qué tal protesta simbólica? Sencillo: por no haber podido cumplir su objetivo de transformar integralmente nuestra máxima ley -lo que para él equivalía, según sus propias palabras, a hacer una nueva Constitución, como anticipó con toda claridad en su discurso del 5 de febrero del 2019 en el Teatro de la República; a pesar de haber aseverado que le daba mucho gusto estar en Querétaro, porque aquí se habían llevado a cabo las tres grandes transformaciones de la vida pública de México:
“Buscamos una nueva transformación y correspondería tener una nueva Constitución. Pensamos que no hay condiciones para eso, porque tenemos otras tareas que consideramos más importantes. Y se optó por hacer propuestas de reformas a la actual Constitución, que consideramos tienen la misma importancia, la misma profundidad que una nueva Constitución, que no debe de descartarse, pero que podría dejarse para el porvenir. Cuando entreguemos nosotros la estafeta para las nuevas generaciones, por qué no convocar a un nuevo Constituyente y elaborar una cuarta Constitución, porque los que son maestros en este tema, hablan de que ya son demasiadas las reformas”.
Así pues, a cinco años de haber lanzado un vehemente ¡Viva la Constitución de 1917!, el clamor de Andrés Manuel ya no retumbará en las paredes del icónico Teatro de la República, porque su misión quedará inconclusa, algo que su ego no puede aceptar.
“La política es hacer historia”, dijo también aquel 5 de febrero… y él ha optado, lamentablemente, por escribirla de esta manera.