Lo que vimos el pasado 5 de febrero, en el marco de la conmemoración del 107 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, constituye el meollo de la disputa política que hay en el país: el proyecto de nación… y eso es precisamente lo que está en juego en el próximo proceso electoral.
Hubo dos ceremonias que mostraron dos realidades: una, la del Teatro de la República, encabezada por los representantes de los Poderes de la Unión; reflejo de lo consignado por la propia Carta Magna en sus artículos 40: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental” y 49: “El Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. No podrán reunirse dos o más de estos Poderes en una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un individuo (…)”. En ese solemne escenario, en igualdad de condiciones y en un marco de civilidad, cada uno expuso su visión.
Y la otra, en el Recinto Parlamentario de Palacio Nacional, presidida solamente por el titular del Poder Ejecutivo federal, acompañado por su esposa; frente a él, en las graderías, su gabinete y las cámaras de los medios de comunicación. El lugar, “un majestuoso salón neoclásico que albergó durante gran parte del siglo XIX la Cámara de Diputados. Desde su apertura en 1829, atestiguó importantes episodios históricos como: juramentos presidenciales y la promulgación de importantes leyes, decretos y códigos. Fue justamente en el Recinto Parlamentario en donde se discutió y juró la Constitución de 1857, un par de placas recuerdan este suceso a los visitantes. El salón está adornado con diversos símbolos e imágenes de influencia masónica que muestran la importancia que tuvo esta logia en la vida política de México en el siglo XIX”, según reza el propio portal del Gobierno federal.
Ahí, desde su ambón presidencial y justo bajo el suntuoso dosel con su enorme cortinaje de terciopelo carmesí, cual trono de monarca, el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas en un monólogo enumeró sus 20 iniciativas de reforma constitucional; las que por la mañana su secretaria de Gobernación calificó como el nuevo pacto social ante el avasallante neoliberalismo, que con la llegada del humanismo mexicano, estará en la Constitución para blindarlo de toda amenaza de retroceder y para demostrar que la Cuarta Transformación tiene una concepción política de trascendencia histórica.
Atravesamos un momento crucial, en eso tiene razón el presidente López Obrador al declarar: “Vienen las elecciones y el pueblo va a decidir. Y una elección no es nada más para ver qué candidato gana, ni es sólo para ver qué partido o qué alianza, qué coalición gana; una elección es también para definir un proyecto de nación, y eso, considero, es lo más importante”.
Pero se equivoca al mostrar tal desprecio a las leyes que le impiden intervenir en el proceso electoral, yerra al intentar eliminar a los organismos autónomos y romper el equilibrio de poderes con reformas al Poder Judicial de la Federación.
De ahí la importancia de lo expuesto por el ministro Alberto Pérez Dayán, a quien Morena pretende someter a juicio político: “Por encima de la Constitución, no hay poder alguno, nada ni nadie. No permitamos que esto se olvide o se confunda. Y es precisamente la Constitución Federal, esta que ahora conmemoramos, la que dio a la Suprema Corte de Justicia de la Nación las facultades suficientes para invalidar cualquier acto que no la respete, independientemente de la fuente de la que provenga. Electa o no electa. Sin distinción alguna. Bajo estas ideas debemos coincidir todos considerando que los tres poderes de la Unión y sus integrantes, cualquiera que sea su origen, son democráticos, al surgir, precisamente, del propio estamento constitucional. Aquí, ninguno es más democrático que el otro”.
…Y de su puntualización sobre la función de la Corte: “Defender a la Constitución es defender al pueblo mismo, aunque no siempre se quiera atender así. Duele escucharlo, lo sé, pero más doloroso sería dejarlo pasar”.
… Y de su reclamo ante la ausencia del presidente López Obrador en ese recinto: “Señoras y señores, este honorable Teatro de la República espera cada 5 de febrero a que los Poderes de la Unión, de cuerpo presente, rindan cuenta del ejercicio de su juramento constitucional. De cara a la historia, demostrar que celosamente han guardado y que han hecho guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan. La cita aquí, entonces, es y debe seguir siendo ineludible frente al espíritu constituyente, inmortalizado en su histórico recinto”.
¿Usted, querido lector, con cuál de estos dos escenarios se queda?
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