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noviembre 25, 2024

El sagrado ritual de la comida (parte 3)

Reconozco que suena a verdad de Perogrullo afirmar que sin el aire que respiramos y la comida con la que nos alimentamos no podríamos subsistir. Sin embargo, creo que bien valdría la pena revalorar el significado del “danos hoy nuestro pan de cada día” que cotidianamente rezamos con el Padre Nuestro.

Sin restarle méritos al Creador por concedernos el preciado alimento que llevamos a la mesa, lo cierto es que el pan es una creación netamente humana, como la mayoría de los alimentos que consumimos. Si bien el trigo surge de la Madre Naturaleza, su transformación en pan desde el principio fue cosa nuestra. Massimo Montanari apunta sobre el particular en su libro “Food is culture” (2004): “En la región del Mediterráneo, zona del trigo, el pan revela su función nutricional a la vez que simbólica, pues el pan no existe en el mundo natural, ya que solo el hombre sabe hacerlo… [este alimento] simboliza la salida del hombre del reino animal y el establecimiento de la civilización misma” (p. 19).

Antes del surgimiento de las sociedades agrícolas, el asunto de la alimentación era necesariamente precario, pues en mucho dependía de los ciclos naturales. Involucraba la recolección de frutos, la pesca con anzuelo, el buceo y la pesca con redes. De hecho, los hábitos alimenticios de los primeros humanos eran similares a los de buitres y hienas. En una nota informativa sobre la actividad humana en el Pleistoceno inferior, Toni Polo señala lo siguiente: “Se sabe que el ser humano era carroñero; se alimentaba de animales muertos que descuartizaba con piedras de cuarzo que tallaba en forma de sierra. Así lo atestiguan las marcas que se aprecian en los huesos de los animales”. Fue hasta hace cosa de 500 mil años, cuando empezamos a utilizar lanzas, que nos convertimos en cazadores.

Para hablar de alimentación e identidad cultural, es necesario puntualizar que las culturas humanas surgieron alrededor de 10 mil años atrás, con la invención de la agricultura. “La domesticación de plantas y animales -observa Montanari- de alguna manera le da al hombre el poder de convertirse en amo y señor del mundo natural gracias a la cacería y a la utilización y explotación de la tierra, lo que lo llevó a una cultura y un conocimiento” (ibid., p. 17).

Son tres los cultivos agrícolas en los que descansan las bases de la alimentación humana: el trigo, el maíz y el arroz. Cada uno de ellos es favorecido en latitudes diferentes: el trigo en la región mediterránea, el arroz en Asia, y el maíz en el continente americano. A este trío se le conoce como “las plantas de la civilización”, pues alrededor de ellas se conformaron las sociedades humanas, incluyendo su iconografía cultural y sus rituales religiosos. Estos últimos tenían como propósito fundamental asegurar la fertilidad y la abundancia del sustento alimenticio.

Prueba de lo anterior es que el arroz figura en numerosas narraciones y leyendas asiáticas, mientras que el maíz es el protagonista principal de las culturas mesoamericanas, en particular del folclor maya, de acuerdo con el cual los dioses crearon al hombre a partir de tan milagrosa gramínea, tan cercana a la identidad mexicana. En la siguiente entrega me referiré a la manera en la que el Popol Vuh narra esa espléndida epopeya.

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