Sebastião Salgado es un personaje convencido de que hay que concientizar a los grandes públicos sobre la deforestación del planeta. Lejos de lo que se pudiese pensar, no es un especialista en arboricultura, sino un artista de la lente. Uno de los más destacados por cierto. Entre los numerosos reconocimientos que ha recibido se encuentra el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.
Originario de Minas Gerais, se enorgullece en considerar a la Amazonía brasileña como su terruño. “Lo que se ve en mis fotografías es el 83 por ciento de la Amazonía que no ha sido destruida -declara en una entrevista-; está ahí y tenemos la posibilidad de conservarla, juntos. Lo que yo muestro es este ‘paraíso en la tierra’”.
¿Sería válido afirmar que el compromiso de Salgado con la preservación de la riqueza forestal del planeta es inherente a su vibrar y sentir como artista? Yo lo creo así, convencido de que el arte supone una reflexión personal del artista y que uno de sus objetivos es despertar la emoción en quien la disfruta.
Fruición es un término más apropiado para describir la vibración emotiva emanada de la contemplación del arte. De acuerdo con el diccionario, la fruición es el goce pleno surgido de una conexión íntima y satisfactoria con algo que la provoca, por lo que una obra de arte podría ser considerada fruitiva (y furtiva, cuando se agazapa y nos evade).
Sin embargo, no todo el arte es fruitivo. Lo que distingue a la experiencia artística es el variado rango de emociones que es capaz de desencadenar en uno, desde la alegría extrema hasta la tristeza profunda, pasando por el miedo inconsolable o el legítimo enfado.
Consideremos el siguiente poema, magistralmente construido desde la aflicción y el quebranto: “Si he de morir / tú has de vivir / para contar mi historia… / para que un niño en alguna parte de Gaza / al mirar el ojo del cielo / mientras espera a su padre que partió en una llamarada / — y no se despidió de nadie / ni siquiera de su propia carne, / ni siquiera de sí mismo— / vea tu cometa, la cometa que me hiciste, / volando en lo alto / y piense por un instante / que ahí está un ángel / devolviéndole el amor. / Si he de morir / que inspire esperanza / que sea una historia”.
Tristemente, Refaat Alareer, el autor de este poema, murió en diciembre pasado, en una incursión aérea de Israel en territorio palestino, que también acabó con la vida de su hermano, un sobrino, su hermana y tres de los hijos de esta. Alareer se desempeñaba como profesor de literatura y escritura creativa en la Universidad Islámica de Gaza. “Mi corazón está roto. Mi amigo y colega Refaat Alareer fue asesinado con su familia hace unos minutos”, escribió el también poeta Mosab Abu Toha.
Para concluir, te describiré ahora, lector / lectora, una escena de un cortometraje del cine mudo orientada a despertar una respuesta emocional enteramente distinta: “La cámara muestra un acercamiento a una navaja que cercena el ojo de una mujer, al tiempo que una fina nube atraviesa la circunferencia de la luna”. Esta brutal escena corresponde a “Un perro andaluz”, cinta filmada en 1929 por Luis Buñuel a partir de un guion de Salvador Dalí. Una publicación especializada la describe así: “Transgrediendo los esquemas narrativos canónicos, la película pretende provocar un impacto moral en el espectador a través de la agresividad de la imagen”. Cabe apuntar que el ojo cercenado en la escena era real y pertenecía a una res que había sido previamente sacrificada.
(Continuará la semana entrante)
Tras haber derrotado 3-0 a los Rojinegros del Atlas en el Play-In, los Xolos de…
Con la salida del carro del anuncio en el Centro Histórico de Querétaro, comenzaron oficialmente…
Con una ventaja de más de 95 mil votos, Yamandú Orsi, candidato del izquierdista Frente…
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, resaltó que más de 9 mil jóvenes se…
La Cátedra Germán Patiño se ha convertido en un espacio propicio para el encuentro de…
Las madres, padres y tutores deben vincular, en la página de internet de Usebeq del…