Mostrar empatía hacia los demás, pocos habrán de dudarlo, establece una diferencia notable en la calidad de nuestras relaciones. Nada mejor que ponernos en los zapatos del otro para entender su manera de ver y sentir el mundo, sobre todo si esta difiere de la nuestra, ¿cierto? Sí… pero como todo asunto complejo, viene cargado de matices.
Claramente, la empatía es una cualidad altamente deseable. No obstante, hay que buscar la manera correcta de llevarla a la práctica. Para empezar, lo cierto es que no existe eso de ponerse en los zapatos del otro. Primero, porque seguramente no serán de la misma talla que uno. Segundo, porque una cosa es que yo suponga que el otro ve las cosas de determinada manera y una muy diferente es que, en efecto, lo sea así. Como dice un dicho anglosajón: no puedes juzgar a un hombre mientras no hayas caminado una milla en sus zapatos.
En tercer lugar, habría que poner en tela de duda la premisa de “cuanto más empatía, mejor”, ya que los expertos han demostrado que esta, en demasía, resulta dañina. Para ilustrar esta idea, recurriré a una anécdota narrada por Kim Scott en su libro “Franqueza radical”. Kim, quien en su juventud era ya dueña de su propia compañía, decidió contratar para un puesto ejecutivo a Mario (no es su nombre real), un joven amable, divertido, atento y comprensivo.
Cuando Mario le entregó un informe de su primer proyecto, Kim se decepcionó al ver que no era lo que ella esperaba. Sin embargo, en vez de hacérselo ver de esta manera, Kim le dio a entender que el reporte, salvo unas pequeñas fallas, le parecía aceptable. La enorme empatía que sentía por su carismático subalterno le impidió mostrarse sincera.
Con el paso del tiempo, llegaron a oídos de Kim diversas quejas sobre la deficiente manera en la que Mario hacía su trabajo y, a pesar de su enorme empatía hacia él, se dio cuenta de que tenía que despedirlo. Mario, quien pensaba que más o menos estaba haciendo bien las cosas, fue el primer sorprendido cuando Kim le dio la noticia y, dolido, le reclamó: “¿Por qué no me lo dijiste antes? ¡Yo pensé que estabas contenta con mi trabajo!”. Kim cayó en la cuenta del error cometido y se propuso no volver a repetirlo.
Kim explica en su libro que lo que ella había sentido por Mario era una “empatía ruin”, pues esta la había llevado a hacer lo contrario de lo que hubiese querido: herir gravemente los sentimientos de su subalterno. En su lugar, Kim propone la HONESTIDAD RADICAL, un tipo de empatía que, sin dejar de reconocer los sentimientos de la otra persona, no nos impide hacerle ver las cosas como son.
Los psiquiatras practican una variante de empatía similar a la honestidad radical: la RESONANCIA EMPÁTICA. No lleva como propósito ponerse en los zapatos del paciente, pero sí resonar lo suficiente con sus sentimientos e ideas, cuidándose de no perder en ningún momento de conservar la mente clara para poder ayudarlo.
En términos de la vida diaria, digamos que Jimenita se echa a llorar amargamente porque mamá se negó a comprarle la golosina que a gritos pedía. Mamá se siente terrible de ver a su pequeña llorando. Sin embargo, su empatía no le impide pedirle que deje de hacer su berrinche (resonancia empática). Si se hubiese dejado llevar por una empatía intensa, seguramente habría acabado cediendo a los caprichos de su retoño.
(Continuará la siguiente semana)
Referencia bibliográfica: Scott, K. (2024). Franqueza radical: consigue lo que quieres diciendo lo que piensas. CDMX: Planeta.
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