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Los ingredientes de la empatía sanadora (parte 3 y última)

En las entregas previas argumenté que si bien la empatía es una herramienta de comunicación sumamente valiosa, debemos ser cuidadosos a la hora de utilizarla. En grado superlativo puede resultar dañina, ya que si el emisor se deja envolver de manera tal por las emociones del otro, perderá de vista la perspectiva propia, lo cual lo imposibilitará de proporcionarle una retroalimentación objetiva.

Para que la empatía resulte sanadora, es menester conservar la claridad mental para hacer presentes nuestros pensamientos y, a la vez, dejar suficiente espacio para que la vibración emocional del interlocutor resuene de tal manera en nosotros que podamos experimentarla desde el corazón. A esta variante, como vimos antes, se le conoce como RESONANCIA EMPÁTICA.

Así pues, uno de los ingredientes de la empatía sanadora es la franqueza, ya que en la medida en que la otra persona pueda darse cuenta de que soy honesto, pienso en su bienestar y no le oculto nada, podrá confiar en mí. De ahí que toda relación social o amorosa deba conceder igual valía a la sinceridad y al afecto. La sinceridad habla de mi integridad y el afecto de mi sensibilidad hacia la otra persona.

Sin embargo, una modalidad de franqueza que hay que evitar a toda costa es la SINCERIDAD BRUTAL (‘brutal honesty’, en inglés), en la que la persona dice las cosas tal como las piensa, aun a costa de lastimar los sentimientos del otro. Quienes la utilizan se escudan en que dicen “la neta” y que no esconden nada. Tal vez sea así, pero aniquilan de esta manera cualquier posibilidad de empatía hacia sus semejantes. A esta variante yo le llamaría SINCERIDAD NARCISISTA, ya que quien recurre a ella se centra exclusivamente en su propio bienestar, en detrimento del otro.

Un fiel adepto de la sinceridad brutal es Brad Blanton, un psicoterapeuta rebelde, convencido de que decir la verdad, por dura que sea, siempre será preferible a guardarse las cosas. “Entre más claro esté yo dispuesto a ser yo -plantea en uno de sus libros-, mayor será la claridad con la que vea a otros y, por ende, más claridoso seré al hablar con ellos”.

En teoría, Blanton estaría en lo correcto al abogar por la verdad por sobre todas las cosas. El problema estriba en que esta postura supone cero empatía por el sentir del interlocutor en turno. Haciendo gala de un narcisismo irresponsable, Blanton se regodea en su brutalidad sincera y se precia de imponer su verdad a quien tenga el infortunio de escucharlo y padecerlo.

Otro de los autores que no cree en la empatía sanadora, ni en ningún tipo de empatía, para acabar pronto, es Paul Bloom, profesor de psicología de la Universidad de Yale y autor del libro “Against empathy” (“En contra de la empatía”). Con brutal sinceridad, plantea el siguiente propósito: “Estoy en contra de la empatía y una de las metas de este libro es persuadirte de que tú también lo estés”.

La razón por la que Bloom no cree en la empatía es porque, desde su perspectiva, esta comete el imperdonable pecado de no hacer absolutamente nada por el otro. Para él no tiene valor alguno ponerse en los zapatos de la otra persona si uno no está dispuesto a ayudar a aliviar su sufrimiento, que es, por cierto, el propósito de la compasión. Yéndose al extremo, coloca en el cesto de la basura una cualidad humana con tal de salvar la otra.

Los ingredientes de la empatía sanadora (parte 2)

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