GURÚES

Evolución 2.0: cuando la tecnología nos hace más humanos en clase

¡Bienvenidos, queridos lectores, a otra entrega de Navegando en la Educación Digital! Hoy nos sumergimos en un tema que suena a ciencia ficción, pero que ya está tocando a las puertas de nuestras aulas: el transhumanismo y la presencia extendida en la educación. No se asusten con esas palabras grandotas, ¡vamos a desmenuzarlas juntos!

Imaginen por un momento que pudieran tener un maestro disponible las 24 horas del día, que conociera exactamente cómo aprenden mejor y que pudiera adaptar cada lección a su estilo único. ¿Suena interesante, no? Pues eso es parte de lo que promete el transhumanismo en la educación.

El transhumanismo, en pocas palabras, es la idea de usar la tecnología para mejorar nuestras capacidades humanas. En la educación, esto significa utilizar herramientas avanzadas como la Inteligencia Artificial (IA) para potenciar cómo aprendemos y enseñamos. No se trata de reemplazar a los profes con robots, sino de darles superpoderes para que puedan hacer su trabajo aún mejor.

Ahora, pasemos a la “presencia extendida”. Imaginen que pueden estar en una clase universitaria sin salir de su casa o hacer una práctica de laboratorio en un mundo virtual donde pueden experimentar sin miedo a equivocarse. Eso es la presencia extendida: usar tecnología como la realidad virtual para crear experiencias de aprendizaje que van más allá de las cuatro paredes del salón.

En México, ya estamos viendo pinceladas de esto. Algunas universidades están usando ‘chatbots’ para ayudar a los estudiantes con dudas a cualquier hora. También hay profes que usan avatares para dar clases en mundos virtuales, donde los alumnos pueden interactuar como si estuvieran en persona. Incluso hay proyectos piloto donde estudiantes de medicina practican procedimientos en pacientes virtuales antes de hacerlo en la vida real.

Pero ojo, no todo es miel sobre hojuelas. Con estas tecnologías vienen preguntas importantes sobre ética y privacidad. ¿Qué pasa con los datos personales de los estudiantes que estos sistemas recopilan? ¿Cómo nos aseguramos de que la IA no perpetúe sesgos o discriminación? ¿Estamos creando una brecha digital más profunda entre quienes tienen acceso a estas tecnologías y quienes no?

La buena noticia es que muchos expertos están trabajando en estas preguntas. Se están desarrollando marcos éticos para el uso de IA en la educación, como el propuesto por la Unesco, que enfatiza la importancia de la transparencia, la equidad y el respeto a los derechos humanos. También se están buscando maneras de hacer estas tecnologías más accesibles para todos y no solo para los que tienen más recursos.

Otro aspecto ético importante es mantener el equilibrio entre la tecnología y el toque humano en la educación. Aunque la IA puede ser increíblemente útil, no puede reemplazar completamente la empatía y la conexión que un buen maestro puede proporcionar. El reto está en usar estas herramientas para potenciar, no para sustituir, la interacción humana en el aprendizaje.

Lo emocionante es que estas tecnologías tienen el potencial de hacer la educación más personalizada y efectiva. Imaginen poder aprender a su propio ritmo, explorar en profundidad temas que les apasionen y tener herramientas que se adapten a su forma única de aprender. ¡Eso sí que es poner al estudiante en el centro!

Al final del día, la meta es usar la tecnología para potenciar lo mejor de nosotros como humanos: nuestra creatividad, nuestra curiosidad y nuestra capacidad de conectar con otros. No se trata de convertirnos en máquinas, sino de usar las máquinas para ser la mejor versión de nosotros mismos.

Y ustedes, ¿qué opinan? ¿Creen que estas tecnologías nos harán más humanos en el aula o temen que nos alejen de nuestra humanidad? ¿Cómo imaginan que será la educación en 10 o 20 años con estos avances?