Febrero de 2014: ¡Por momentos las horas pasan rápidamente, pero a ratos es como si el reloj se detuviera al interior de este hospital. Los horarios de visita son muy restringidos y rígidos… de cualquier forma hay que permanecer la mayor parte del tiempo en la sala de espera del piso dos… por si acaso: “¡Familiares de Amada Reina, cama 212!”, grita un elemento de seguridad privada… el corazón se paraliza: ¡Uf!, sí, escuché bien y ese no es el nombre de mi mamá! Uno espera que ese “por si acaso” no se presente, porque podría no ser una buena noticia.
Son muchas las personas en esa sala de espera, y en todas las demás; cada una vive su tragedia familiar a su manera: rezando, durmiendo, leyendo el periódico, viendo solamente hacia el frente con la mirada perdida, escuchando el sonido de una pequeña televisión que parece transmitir a Laura Bozzo todo el tiempo, revisando el celular (caray es un verdadero problema el que se acabe la pila, porque no hay contactos para “enchufarte”).
En ocasiones alguien sale del ensimismamiento para cruzar palabra con la persona de al lado: “¿Cómo está su paciente?, ¿ya lo operaron?”, “Ya verá que todo sale bien”, “¿Cómo se portaron con usted en Servicio Social?”, “Pinches viejas me trataron con la punta del pie”, señalan toooodos los que hablan al respecto, “No sé nada de mi esposo, dicen que entró a cirugía a las siete de la mañana”, “No se preocupe, aquí están los mejores médicos del país”, “A mi mamá le quitaron el corazón, la conectaron a una máquina durante la operación; luego le volvieron a poner su corazón y lo hicieron funcionar de nuevo”, “Me dicen que a mi familiar le abrieron del cuello al abdomen, que le sacaron venas de las piernas para hacer los ‘bypass’ y le pusieron un marcapasos… está en terapia intensiva”.
“¡José Ramón Sánchez, cama 210!”, grita ahora el elemento de seguridad privada … ¡Uf!, tampoco es para mí; no puedo evitar que mi respiración se acelere.
Hay policías de estos por todos lados, muchos de ellos muy jóvenes. La del quinto piso pide constantemente silencio porque los pacientes de terapia intensiva están muy cerca; al principio cuesta trabajo distinguir si bajo la rudeza, el uniforme negro y las botas de minero hay un hombre o una mujer… es una verdadera “Tronchatoro”, pero capaz de quebrarse un poco frente al hombre al que le acaban de decir que su hijo está muy grave.
Las puertas de los elevadores se abren y cierran constantemente; entran y salen un montón de doctores de todas las edades, con diferentes acentos, calvos, gordos, con barba, con bigote, con un estetoscopio en el cuello, con un café en la mano, con bata quirúrgica, con minifalda, con pantalón de casimir, con tenis, con Crocs blancos; camilleros suben y bajan pacientes (niños, adultos y ancianos conectados a máquinas con mangueras por todos lados); enfermeras que comienzan su guardia y las que la terminan.
“¿Familiar de Lorenza Quiroz?”, de nuevo mi respiración se agita. Cuando alguien puede quedarse en mi lugar, salgo a la calle, siempre y cuando no haya caído la noche para evitar un asalto.
Afuera del hospital, en la calle, un sinnúmero de pacientes envueltos en una cobija esperan ingresar, apoltronados en una silla de ruedas, recargados en un muro; ambulantes ofrecen todo tipo de comida, revistas y chucherías. En las calles cercanas solo hay pequeñas farmacias de genéricos, torterías, casas de huéspedes y funerarias.
“¿Familiares de Lourdes Jiménez Fabila?”, salto de mi asiento… Es hora de la visita…
“¡Qué bueno que se operó porque el corazón le quedó como nuevo”, dijo uno de los médicos que la operó tras hacerle un ecocardiograma.
Lo que viví en el Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez, en la Ciudad de México, cuando mi madre fue sometida a una cirugía de corazón abierto, vino a mi mente, de golpe, al leer hace unos días el comunicado de su Director General, Dr. Jorge Gaspar Hernández.
“Durante el 2024, la Administración Pública Federal ha efectuado reducciones al presupuesto y múltiples restricciones a la gestión de contrataciones. Esto ha afectado la adquisición de insumos necesarios para el buen funcionamiento del Instituto: para la atención de pacientes, para un ámbito laboral propicio y para la obra en proceso de construcción. El presente comunicado tiene el objetivo de informar a ustedes la crítica situación que atravesamos y para la cual solicito su comprensión y solidaridad con el Instituto durante esta fase (por señalar solo algunos ejemplos: por la dificultad de obtener dispositivos médicos, alimento adecuado para el personal o financiamiento para la construcción)…”.
La presidenta Sheinbaum lo negó, pero según el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), la situación no mejorará en 2025 porque el presupuesto de Cardiología disminuirá un 14.7 por ciento en comparación con el de este año.
Los médicos de este instituto están al nivel de los de cualquier hospital del mundo; su labor es indispensable en este país, especialmente para personas sin seguridad social. Me entristece su situación, mientras recuerdo que pude despedirme de algunas personas: compañeros de angustias y de rezos… Con el tiempo he olvidado sus rostros, pero no las experiencias que me dejaron.
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