En la frenética sociedad en la que tú y yo vivimos, las oportunidades siempre están al alcance de la mano. Solo es cuestión de sudar la gota gorda para ganarnos el derecho a disfrutar de sus mieles. Esta es, por lo menos, la historia que nos hemos contado.
En su libro “El hombre unidimensional” (1954), Herbert Marcuse razonaba de similar manera: “Los medios de transporte y comunicación de masas, los bienes de vivienda, alimentación y vestuario, el irresistible rendimiento de la industria de las diversiones y de la información, llevan consigo… reacciones emocionales e intelectuales más o menos agradables a los consumidores” (p. 35).
Sin embargo, el pensador alemán también nos alertaba de los riesgos de la autocomplacencia colectiva: “La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su casa, su equipo de cocina”, advirtiéndonos del hechizo de las falsas necesidades. Eagles, el grupo setentero de rock, se atreve a ir aún más lejos en su canción “Hotel California”, en la que podemos escuchar las escalofriantes palabras: “‘You can check out any time you like, but you can never leave’” (“puedes hacer tu ‘check out’ cuando gustes, pero jamás podrás irte”).
Hartmut Rosa, un filósofo que ha sido descrito por el diario “El País” como “uno de los teóricos sociales contemporáneos más reconocidos”, plantea en su libro “Resonancia: una sociología de la relación con el mundo” (2019) que el estilo acelerado de vida del siglo 21 permea en el conjunto de los ámbitos sociales: “Las presiones de la velocidad se sienten en todas las esferas de la vida: en el trabajo y en el ocio, en el cuidado y en la educación, en la vida familiar, incluso en nuestras vidas amorosas” (p. 254).
Rosa, igual que Marcuse, arguye que las élites se sienten sumamente cómodas en el caos por ellas creado, a diferencia del resto de la humanidad, que dista de pasarla bien: “Las clases trabajadoras muy frecuentemente sienten la presión de volverse más veloces por la presión externa, ejercida por sus jefes y por los requerimientos del trabajo… Aquellos que son expulsados por el desempleo o por una enfermedad sienten que su tiempo se devalúa completamente y que nunca van a ser capaces de ‘ponerse al día’ de nuevo” (op. cit., p. 254).
No es, pues, de sorprender que el frenesí ubicuo dé paso al ‘burnout’ paralizador y a la alienación enajenante. Rosa se refiere a esta última como una forma de relación en la que los individuos y el mundo se contraponen en forma “repulsiva”. El pensador germano describe esa situación como una especie de ensordecimiento, en el que “la vibración de los partícipes no se amplifica, sino que se debilita o se trastorna” (ibid.., p 233). El bloqueo resultante sume a las víctimas en la depresión, ya que experimentan el mundo como un lugar plano, mudo, frío y vacío.
Lejos de caer en el pesimismo, Rosa acierta a encontrar una luz al final del túnel: la RESONANCIA, una fuerza restablecedora de armonía a la que describe como un tipo de relación “en la cual el sujeto y el mundo se conmueven y a la vez se transforman mutuamente” (ibid., p. 229). Basta, pues, con encontrarse con una mirada de aprobación, presenciar una puesta de sol o sentir el contacto con la epidermis del ser amado para reencontrarse con el lado luminoso de la vida. Si la alienación enmudece nuestros sentimientos, la resonancia, en su musicalidad sonora, nos hace sentir protegidos.
(Continuará la próxima semana)
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