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lunes, abril 14, 2025
    GURÚESEl lado luminoso de la ansiedad

    El lado luminoso de la ansiedad

    La ansiedad, hay que reconocerlo, es una de las emociones menos populares en el amplio repertorio de las variantes del ánimo. Hasta cierto punto, su mala fama es comprensible, pues suele aparecer cuando nos sentimos temerosos de que algo malo pueda suceder. Sin embargo, esa es precisamente su función: alertarnos de posibles peligros. Por lo tanto, lo menos que podríamos hacer es expresarle nuestro agradecimiento.

    Irónicamente, a su aura negativa han contribuido los mismísimos expertos en asuntos conductuales, ya que la American Psychological Association la define como “una emoción caracterizada por sentimientos de tensión y pensamientos preocupantes y cambios fisiológicos como la elevación de la presión sanguínea”, lo cual es cierto. El problema es que esta definición deja fuera el cometido benéfico que esta sensación conlleva.

    Por fortuna, algunos representantes del gremio salen en su defensa. Es el caso de Harriet Lerner, una psicóloga clínica, quien se expresa así: “A través de la historia evolutiva, la ansiedad y el miedo han ayudado a todas y cada una de las especies a mostrarse cautelosas y sobrevivir” (citada por Brené Brown, 2021, mi traducción). ¿Cómo operan estas emociones? Ayudándonos a detectar señales de posibles situaciones riesgosas para ponernos a salvo.

    Parte de la confusión estriba en el hecho de que a la ansiedad se le confunde con el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), una condición patológica manifestada a través de la preocupación excesiva con respecto a situaciones cotidianas. Algunos de los síntomas de quienes la padecen son intranquilidad, fatiga, dificultad para concentrarse, irritabilidad, incremento de la tensión muscular e insomnio, todo esto, propiciado por una intolerancia a la incertidumbre.

    A menudo la ansiedad conduce a la preocupación, a la que Brown describe como “una cadena de pensamientos negativos sobre aquello que podría salir mal en el futuro” (op. cit., p. 41). En la misma línea de razonamiento, la preocupación no es mala como tal si la ansiedad es poco intensa, pues, como señalé antes, nos lleva a un estado de alerta.

    Tracy Dennis-Tiwary, profesora de neurociencia en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, es autora de un libro en el que reivindica a la ansiedad como una emoción fascinante.

    “Es similar al miedo -apunta-, pero se hace acompañar de la esperanza… [pues]… nos hace ver que hay una discrepancia entre el lugar donde nos encontramos y en el que desearíamos estar” (mi traducción, op. cit., p. 25). La ansiedad aporta la disponibilidad a la acción para acercarnos a ese destino. O sea, nos vuelve resilientes. Irónicamente, logra su propósito haciéndonos sentir mal para que intentemos movernos a un mejor lugar. La clave estriba en resistirse a caer en el pesimismo, pues ello equivaldría a tirar la toalla ante la adversidad.

    Dennis-Tiwary va aun más allá, pues asocia a la ansiedad con la creatividad, ya que ambas se enfocan en visualizar posibilidades. De ahí que la ansiedad sea radicalmente distinta a la depresión y la tristeza, pues estas últimas tienden a paralizarnos. Por ello recomienda escuchar la voz de la ansiedad, entendida como un cúmulo de información orientada al porvenir y expresada a través de sensaciones corporales y pensamientos resolutivos.

    En pocas palabras, la ansiedad resulta particularmente útil cuando enfrentas un reto; no la rehúyas, aun si dista de ser placentera.

    Referencias bibliográficas: Dennis-Tiwary, D. (2022). “Future tense: why anxiety is good for you (even though it feels bad”. Nueva York: Harper Collins. / Brown, B. (2021). “Atlas of the heart”. Nueva York: Random House.

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