Siguiendo la consigna: “Ya es hora de que las niñas, niños, adolescentes y jóvenes tengan una alimentación saludable”, el Gobierno de México prohibió recientemente la venta de alimentos ultraprocesados en 200 mil planteles escolares y en todos los niveles educativos. Esta medida, recibida con beneplácito por diversos sectores de la sociedad civil, ayudará a combatir la obesidad en las nuevas generaciones, condición que afecta a 16 millones de mexicanos entre los cinco y 19 años.
Como parte de su estrategia Vida saludable, el gobierno dio también a conocer los lineamientos a los que deberán sujetarse la preparación, la distribución y la venta de los alimentos y bebidas preparados, procesados y a granel en los centros escolares como una manera de fomentar un estilo de vida saludable en los estudiantes.
La acertada iniciativa es una excelente oportunidad para que los ciudadanos aprendamos a distinguir la sana alimentación de aquella que resulta nociva, ya que abunda la desinformación al respecto. Lo primero que conviene saber es que los alimentos ultraprocesados (a los que me referiré como AUP, por sus siglas) y la comida chatarra no son exactamente lo mismo. Chris van Tulleken, autor del libro “La epidemia de los ultraprocesados” (2024), señala que, en efecto, la comida chatarra forma parte de los AUP, pero que también muchos de los últimos se hacen pasar por comida sana. Es este el caso cuando en el empaque aparecen palabras como “nutritivo” o “bajo en calorías”, en un intento de disfrazar su verdadero origen.
Van Tulleken afirma que es sumamente sencillo identificar los AUP: “Si vienen empacados y enlistan ingredientes que difícilmente encontrarías en tu cocina, no cabe duda de que son ultraprocesados”.
En los procesos industriales a los que son sometidos se les suelen agregar emulsionantes, conservantes, endulzantes, colorantes y sabores artificiales, e incluyen grasas saturadas, grasas trans, sodio y azúcares, que en conjunto contribuyen a la aparición de múltiples padecimientos, entre ellos, enfermedades cardiovasculares, obesidad, cáncer, diabetes, alta presión arterial, hígado graso, indigestión e inflamación intestinal. Inclusive depresión y demencia, debido a la conexión intestino-cerebro.
De acuerdo con Estrella-Barrón (et al., 2024), aproximadamente el 50 por ciento de las calorías que ingerimos en México proviene de los AUP. Entre los más comunes se encuentran: bebidas carbonatadas, helados, golosinas, botanas, galletas, margarinas, bebidas energéticas, yogures endulzados, embutidos y sopas instantáneas.
Rob Hobson, autor de un reciente libro sobre el tema, proporciona el ejemplo de la botana Pringles para darnos una idea de aquello que desconocemos sobre los AUP: “Los Pringles no contienen papas reales y son una amalgama de diferentes harinas, emulsionantes y colorantes artificiales. Debido a que han sido diseñados para ser en extremo apetecibles, resultan sumamente adictivos. Su forma encaja perfectamente en tu boca y la parte superior de tu lengua. Una explosión de sabor precede al crujido y a su lenta disolución. El tubo que los contiene es fácil de llevar y de abrir. Además, su diseño da la sensación de que has comido menos de lo que piensas” (referenciado en nota final, p. 34, mi traducción).
(Continuará la próxima semana)
Referencias bibliográficas adicionales: Estrella-Barrón (et al.) (2024). Consumo de alimentos ultraprocesados y su relación con los niveles de presión arterial. “Ibn Sina” Revista de Ciencias de la Salud, 15 (7). / Hobson, R. (2024). “Unprocess your life: break free from ultra-processed foods”. Londres: Harper Collins.