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El sereno sin cabeza

Los que vieron al sereno se horrorizaron tanto que huyeron despavoridos por los diversos rumbos, tambaleantes, algunos cayeron a unos pasos y otros enfermaron del susto. El sereno sigue ahí y aparece entre gritos estremecedores…

En la ciudad de Querétaro, a mediados del siglo 19, entre el portal de Valderrama y el puente Colorado, se ubicaba la tortuosa calle de Silva (hoy Pasteur entre avenida Universidad y 15 de Mayo), sitio divisorio de lo que se conocía como “La otra banda”.

Por el puente solo pasaban personas, pero era un punto de desencuentro entre los vecinos llamados “los encuerados de San Sebastián”, quienes protagonizaban sendas reyertas por las noches con “los brujos de San Francisquito”, “los cambayeros de Santa Ana”, “los cuchilleros de La Cruz” o con “los pajareros de Santa Rosa”.

Los de San Sebastián eran expertos en el manejo de la piedra con puntería sobre sus oponentes cuando éstos intentaban cruzar el puente; “los encuerados” atacaban con ferocidad a sus enemigos y los hacían huir por toda la calle de Silva.

Ante estos desmanes, las autoridades iluminaron el puente y designaron un sereno que vigilara, cuenta el primer cronista de la ciudad, José Guadalupe Ramírez Álvarez en sus “Leyendas de Querétaro”.

Una noche de hechos sangrientos en el barrio de Santa Rosa, los de “la otra banda” fueron perseguidos hasta el puente Colorado donde se libró una batalla campal, a la que -con valor- el sereno entró para coger a algún maleante, siendo víctima de pedradas y de un fiero y larguísimo tranchete.

“El tajo asesino fue tan certero que la cabeza del sereno rodó por las piedras dando golpes secos”, vierte el texto.

Un tiempo calmaron los ánimos, pero los ataques volvieron, solo para que una noche, al iniciar otra pelea, “se alzó la figura del sereno sacrificado (sin cabeza), llevando en su diestra la linterna y en la siniestra el garrote… haciendo la misma parábola con la linterna como lo hizo la noche del sacrificio”.

Todos los que vieron al sereno se horrorizaron tanto que huyeron despavoridos por los diversos rumbos, tambaleantes, algunos cayeron a unos pasos y otros enfermaron del susto. El sereno sigue ahí y aparece entre gritos estremecedores.

¿Las batallas?… Se acabaron.

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