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La desafiante vida de una mamá que trabaja doble o triple jornada

“El primer día que regresé a trabajar después de haber sido mamá, me fui manejando todo el camino con un sentimiento de culpa por dejar en manos de mi tía la vida de lo más importante: mi hijo. No paré de llorar hasta llegar la oficina”

Un día me dije: hoy he decidido no volver a tener problemas. La palabra problema ha salido de mi vocabulario, a partir de ese momento se convirtió en desafío. Claro, todos los tenemos, por eso a algunos los llamo “cotidianos” y otros “trascendentales de vida”. Los seres humanos prácticamente todos los días nos enfrentamos a ellos y unos más que otros estamos preparados para lidiar con ellos y superarlos. Sin embargo, y no quiero menospreciar el rol de los varones cuando son padres o de las mujeres que no tienen hijos, pero para desafíos de vida están los de las madres trabajadoras.

Cuando no tenía hijos, mi vida giraba en torno a mis propias necesidades, deseos y sueños, mi carrera profesional era los más importante y, aun teniendo pareja, él ocupaba digamos un lugar importante, sin embargo, mis metas siempre estaban en primer lugar, no por egoísmo, sino porque en aquel momento era mi florecimiento profesional y académico, pues estaba terminando mi primera maestría. Un buen día, a casi unos meses de cumplir treinta años y tras sufrir un accidente automovilístico, me llevé una sorpresa, me dijeron que estaba embarazada.

Mi vida cambio por completo, simplemente no lo podía creer, ¡un bebé, caray! Sí, claro estaba en mis planes, pero en aquel momento con una carrera profesional en ascenso y a la mitad de la maestría, un hijo es la mayor responsabilidad que un ser humano pueda tener.

Sufrí muchos achaques durante el embarazo; para mí no fue nada fácil. Tenía muchos cambios en mi cuerpo y ahí empezó mi primer desafío trascendente, de vida: el cambio en mi físico que tanto había cuidado con ejercicio y régimen alimenticio todos los días, ya no me pertenecía, ahora era la casa de mi bebé. El cambio fue impresionante, yo veía a otras mujeres plenas con sus pancitas y la mía era realmente grande, la gente me preguntaba si eran trillizos.

Al nacer Jerome entré en mi segundo desafío de vida, empezar a dormir realmente poco, prácticamente tres horas al día. Debido a un problema de nacimiento, en el bebé no había madurado su píloro (en la garganta) y eso le provocaba reflujo, no podía comer adecuadamente ya que prácticamente todo lo que comía lo devolvía, había que estar pendiente de él para evitar que se ahogara y eso implicaba desvelos de casi todos los días hasta que cumplido un año. El primer día que regresé a trabajar, me fui manejando todo el camino con un sentimiento de culpa por dejar en manos de mi tía la vida de lo más importante: mi hijo. No paré de llorar hasta llegar la oficina.

Por supuesto que siendo una familia donde los dos trabajábamos, casi todos los días a partir de esa fecha, poder dormir se convirtió en lo menos importante de mi vida, ahí empezó mi tercer desafío: combinar la vida laboral profesional con la vida de madre de familia. El tiempo pasó de ser una herramienta de trabajo a un factor crítico para cumplir con todas las actividades del día”.

Todos los días salía corriendo de la oficina a las seis en punto de la tarde. Siempre le dije a mis jefes: “A las 6 me convierto en mamá”. Llegaba a casa y abrazarlo era la emoción más satisfactoria, no paraba de mirarlo, jugaba con él y estaba al tanto de todo lo que aprendía. Quienes tienen bebés saben que la labor es estar pendiente de él todo el tiempo, porque a esa edad y ya caminando, son los seres más curiosos y osados del mundo, por lo que todo el tiempo pueden sufrir todo tipo de accidentes, ahogarse con algo que se meten a la boca o caerse.

Al llegar mi segundo hijo, Franco, se repitió la misma historia, pero con un grado de dificultad mayor, pues dos seres dependen de ti, en su totalidad. Ahora llegaba mi cuarto desafío: dividir el tiempo y los recursos en dos seres humanos, dos bebés que requieren el mismo nivel de atención. Para ese momento llegaba la primera gerencia generalista en Recursos Humanos, me ascendieron y pasé de tener la administración de una empresa con 300 colaboradores a tres empresas que sumando toda la plantilla llegaban a 2,000 colaboradores, lo que triplicaba la operación. Con centros comerciales en varios estados de la República, empecé a viajar prácticamente todas las semanas, dejé de salir a las seis en punto y mis hijos se convirtieron en unos desconocidos para mí.

Llegaba todos los días a casa a las 9 de la noche, cuando ya estaban por dormirse. Lo que hacía en mi rol de mamá era acostarlos y estar ahí con ellos hasta que se dormían. El más pequeño siempre me pedía que me acostará junto a él. Es triste decirlo, pero yo ya no era su mamá, era una desconocida que pasaba sólo unos minutos con ellos al día.

Nuevamente tenía un sentimiento de culpa, no tenía tiempo ni para ellos ni para nada. No podía perder mi trabajo, pues era la fuente más importante de ingresos de mi hogar. Buscar otro trabajo tal vez me implicaría no poder darles lo que en aquel momento consideraba importante: educación, talleres extracurriculares y recursos para su crecimiento físico y mental. Me imagino a muchas madres trabajadoras que están pasando justo algo parecido: dejar de trabajar no es una alternativa.

Con el cambio a una empresa trasnacional, mis viajes laborales pasaron a ser nacionales a internacionales, lo que me implicaba estar muchas semanas o meses fuera de casa, sin tener contacto físico con ellos. Mi esposo ocupó a partir de ese momento el rol de papá-mamá, y yo sólo era la proveedora económica. Es triste recordarlo, y aún a la fecha me atormenta, pero mi carrera también ocupaba un lugar importante en mi vida, a veces en los aviones pensaba “que egoísta eres” dejas a tus hijos pequeños en casa y tú sigues con tu vida profesional.

Pero qué podía hacer, ¿renunciar y buscar un trabajo de medio tiempo? Mi respuesta llegó en 2017 cuando por mutuo acuerdo, y con un miedo inmenso, decido terminar mi relación laboral y emprender mi empresa, mis pequeños tenían 11 y 8 años, respectivamente, lo que me dio la ventaja de vivir muy cerca de ellos parte de su niñez.

Así llego a mi vida mi quinto desafío trascendental: generar clientes y recursos propios. Gran parte de las que colaboramos en EXPERTOS en modelos de competencias somos mamás. Desde que arrancó la empresa decidí que todas tendríamos como prioridad nuestros hijos y nuestra vida familiar, así que nuestro modelo es 100% digital, trabajamos desde casa; el teletrabajo no es nada nuevo para nosotros.

Todas podemos combinar nuestra vida profesional y personal, ejercemos nuestro rol de mamá al 100%, tenemos libertad de acción, nunca más tenemos que perdernos un festival escolar o no tener tiempo para llevarlos a nadar, seguimos siendo mamás trabajadoras, pero con un enfoque distinto, estamos pendientes del bienestar de nuestros hijos y de nuestra familia.

Desafíos sí, claro, todos los tenemos, unos cotidianos y otros de vida. Tener un emprendimiento no es nada fácil y todos los días tenemos que enfrentar desafíos trascendentales para el negocio, pero la satisfacción de estar cerca de mis hijos y ser ahora mamá de adolescentes me permite seguir mis sueños profesionales y tener tiempo para lo más importante para mí y mis hijos.

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El Economista

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