“Algunas empresas están llegando al punto de obligar a sus empleados a tomar sus vacaciones, una medida que quizá sólo sea necesaria en una cultura en la que la gente se siente culpable por no estar trabajando y luego se siente avergonzada por trabajar cuando debería estar descansando”, Laura Vanderkam.
La reforma para ampliar las vacaciones laborales ve un poco más de luz al final del túnel legislativo. El Senado aprobó hace unos días los cambios que duplicarían el mínimo de días de descanso pagados a los que tienen derechos las personas trabajadoras y ahora la pelota está en la cancha de las diputadas y los diputados como cámara revisora.
Los cambios propuestos son buenos, aunque llegan cinco décadas después de que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomendara garantizar un mínimo de 18 días de vacaciones para la fuerza laboral. La reforma propone 12 días después del primer año de trabajo e incrementarlos dos días por año hasta llegar a 20 días al quinto año de servicio. Desde ahí se aumentarían dos días por cada cinco años laborados, para llegar a un máximo de 32 días.
El beneficio para las personas será inmediato, porque en todos los niveles de antigüedad este derecho se incrementará automáticamente, pero sin duda se concentrará entre quienes llevan menos tiempo laborando en una empresa debido a los niveles de rotación de personal que se observan en México.
De hecho, de acuerdo con datos del Inegi, el 60% de las personas con un empleo remunerado en el país tiene entre uno y cinco años de antigüedad en su trabajo, proporción que se ha mantenido en ese nivel desde que se tiene registro. Como dato curioso, sólo 5% de los asalariados lleva más de 24 años laborando para la misma empresa. Con estas cifras, se podría inferir que el promedio de vacaciones en México será de entre 12 y 20 días.
Y si bien la reforma denominada “vacaciones dignas” es un buen avance, su posible implementación enfrenta una serie de barreras estructurales relacionadas con la naturaleza del mercado laboral, la gestión del talento y la concepción del descanso per sé. Revisemos los tres aspectos.
De inicio, la reforma no es de alcance general. Los últimos datos disponibles de la ENOE reflejan que de los 39.2 millones de asalariados en el país, hay 14.3 millones de personas que tienen un empleo remunerado, pero no tienen vacaciones pagadas, lo que equivale al 37% del total. Es decir, una de cada tres personas que tiene una ocupación subordinada no tiene garantizado este derecho, pues labora de manera informal.
Ahora vamos al terreno de la gestión de talento. El hecho de que una persona tenga el derecho a las vacaciones pagadas en su empleo tampoco es garantía de que esto se materialice. En muchas empresas, por citar algunos casos, estos días no son respetados, son tomados unilateralmente por patrones para reponer ausencias o retardos, son intercambiados por días de permiso o simplemente se niega la posibilidad de tomar seis días consecutivos, tal como lo marca el artículo 78 de la Ley Federal del Trabajo todavía vigente.
Pero además hay un factor cultural en torno a la concepción sobre el tema del descanso, que es el tercer punto de esta reflexión. La realidad es que, aunque tenemos derecho a vacaciones, a muchas personas nos cuesta tomar esos días cada año, ya sea por una cuestión de temor a ser considerados flojos o poco comprometidos, o porque tenemos arraigado un concepto de que para ser productivos hay que descansar lo menos posible, o simplemente porque esto no es una prioridad personal y no lo planeamos como una parte estratégica de nuestro año laboral y se vuelve algo más incidental.
Precisamente en el terreno cultural, Expedia trató de plasmar las razones del por qué muchas personas con un empleo remunerado no toman vacaciones. Para empezar, su investigación arrojó que en el caso de México el 36% de los trabajadores, por una decisión personal, cerró el año pasado sin usar los días de descanso que le correspondían. Es más, 48% de los encuestados admitió sentirse culpable al no “hacer nada productivo” y una proporción similar considera necesario hasta disculparse al tener que programar unos días libres.
Todo este escenario nos hace ver que la reforma para ampliar las vacaciones no traerá consigo por decreto mayores niveles de descanso para las personas trabajadoras. Hay un tema de estructura de mercado que plantea un desafío para extender este derecho vía la formalización de quienes hoy laboran en la informalidad, pero también de supervisión de parte de las autoridades, pues en muchos casos este tema parece más un beneficio que un derecho adquirido, lo que implica una violación constante a la legislación por parte de los patrones, lo que ocurre frente a nuestros ojos todos los días, pero no hay sanciones.
Así, y tal como se desprende de la realidad que describe Laura Vanderkam en la cita que abre este espacio, este tema nos debe llevar a reflexionar respecto al largo camino que nos falta por recorrer para lograr un cambio de cultura laboral que no vea con malos ojos el descanso, tanto del lado de los patrones como del de los trabajadores. Que programar las vacaciones sea algo tan normal como el resto de las actividades rutinarias de cada año de cada persona, no una carga. En esto tenemos parte todas y todos.
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