Durante la madrugada del 1 de enero de 1994, México despertó con la resaca de Año Nuevo y la noticia de un alzamiento armado en el estado de Chiapas, donde miles de indígenas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) había tomado los municipios de San Cristóbal de las Casas, Altamirano, Las Margaritas, Ocosingo, Oxchuc, Huixtán y Chana.
La fecha del levantamiento armado indígena coincidía con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el cual representaría el paso definitivo a la modernidad para México de la mano dos potencias económicas: Estados Unidos y Canadá.
Sin embargo, la insurrección de indígenas tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, mames y zoques puso de relieve la situación de marginación y pobreza que sufrían (y siguen padeciendo) los pueblos y comunidades originarias en territorio mexicano, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza.
La noticia del levantamiento armado fue un shock para el Gobierno de México, entonces encabezado por el expresidente Carlos Salinas de Gortari, quien se había empeñado en proyectar hacia el extranjero una imagen de prosperidad, modernidad, desarrollo y progreso económico derivado de la implementación del neoliberalismo desde la década de 1980.
Con la rección militar del Ejército Mexicano, los primeros días de combates entre soldados e guerrilleros zapatistas dejaron un saldo de 100 personas muertas. Pese a los esfuerzos gubernamentales, la noticia de primera plana –a nivel mundial– no era el ingreso de México al primer mundo, sino la guerra en el estado de Chiapas, el más pobre y marginado de las 32 entidades federativas.
Gracias a toda la atención mediática y política concentrada en suelo chiapaneco, la figura del subcomandante Marcos surgió como un símbolo de la lucha contra la globalización y el neoliberalismo; por lo que se convirtió en un faro que guio a la izquierda global, tras la sacudida que había representado la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética a principios de la década de 1990.
“El EZLN tiene un cálculo dicotómico. O la gente de México de alza junto con nosotros o nos acaban, nos aniquilan. Si para el resto del país el 1 de enero fue una sorpresa, para el EZLN el 2 de enero fue una sorpresa, no solo de México, sino del mundo entero”, declaró en una entrevista para el documental de Netflix “1994”.
Tras el alto el fuego unilateral declarado por las autoridades federales, el camino del diálogo se abrió con las negociaciones entre el comisionado para la paz, Manuel Camacho Solís; y los representantes zapatistas. En este contexto, el entonces obispo de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz García, se alzó como mediador entre ambos bandos.
Con la llegada al poder del expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León, la situación volvió a tensarse entre el Gobierno de México y el EZLN. A finales de 1994, el Ejército Mexicano fortaleció el cerco alrededor de los guerrilleros zapatistas y el exmandatario reveló la identidad del subcomandante Marcos: Rafael Sebastián Guillén Vicente. Por su parte, la guerrilla respondió declarando la autonomía de 30 municipios chiapanecos.
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