lunes, 16 de junio de 2025

El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 3)

El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 3)
Si pudiese nombrar un rasgo distintivo del arte, sería la destreza de este para sacudirse el yugo de las definiciones. Dicho lo anterior, estoy consciente de que la mía (“el arte es un aliado incómodo de la conciencia”) a lo mucho roza de refilón su esencia. Tampoco tengo empacho en reconocer que la de Arthur C. Danto, un filósofo del arte, le hace mayor justicia: el arte es aquello que acontece cuando soñamos despiertos. Nietzsche allanó el camino cuando identificó dos corrientes fundamentales del arte, nombradas a partir de Apolo y Dioniso, deidades griegas. Apolo, dios del Sol, simboliza el equilibrio, la serenidad y lo estéticamente supremo. Por lo tanto, el ARTE APOLÍNEO se encarga de crear armonía y belleza. Pensemos en la sutil delicadeza de “El nacimiento de Venus”, de Sandro Botticelli, pintura emblemática del Renacimiento, o en la perfección anatómica de “El David”, de Miguel Ángel, magistralmente transferida al mármol blanco. Conceptualmente hablando, la vertiente apolínea se identifica con LA ESTÉTICA, una rama de la filosofía que data del siglo 18, a la que animaba el propósito de estudiar el arte y su relación con la belleza. Esto, en el entendido de que lo considerado bello depende de los particulares valores y estándares culturales de cada época. Las raíces de dicha disciplina se remontan a la Grecia del periodo clásico, cuando Platón y Aristóteles ponderaban el significado de la belleza. La vinculación del arte con la experiencia estética culmina en el Humanismo Renacentista, cuando los artistas recurren a la perspectiva, la proporción y el equilibrio para retratar la anatomía humana en forma digna y bella. No es, pues, casual que sigamos usando la denominación “Bellas Artes” aún en el presente. Posteriormente, en “La fenomenología del espíritu” (1807), Hegel señaló al arte como uno de los tres componentes del Espíritu, siendo los otros dos, la filosofía y la religión. En un campo diametralmente opuesto, el ARTE DIONISÍACO (Nietzsche lo nombra así por Dioniso, el dios del vino y la fauna) representa el caos, la confusión y la desesperanza, que también forman parte de la vida. Desde mi perspectiva, la obra de Charles Bukowski muestra afinidad con este tipo de arte. En su descarnada crudeza, el poema “El pájaro azul” (1992), de su autoría, así lo hace suponer: “Hay un pájaro azul en mi corazón que / quiere salir / pero yo le echo whisky encima y me trago / el humo de los cigarrillos, / y las putas y los camareros / y los dependientes de ultramarinos / nunca se dan cuenta / de que está ahí dentro. / hay un pájaro azul en mi corazón que / quiere salir / pero soy duro con él, / le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres / montarme un lío?” (fragmento). La visión de la dramaturga estadounidense Jen Silverman (2024) se alinea también con la vertiente dionisíaca cuando estipula que atribuir al arte un propósito moral es un error que debe evitarse. “Tenemos una inclinación profunda y peligrosa a confundir el arte con la instrucción moral y viceversa”, advierte en un ensayo reciente. Se pronuncia, en cambio, a favor de un arte que valientemente ponga en evidencia las flagrantes contradicciones de una sociedad empeñada en disimularlas y ocultarlas. (Continuará la semana entrante) Referencias bibliográficas: Silverman, J. (2024). “Art isn’t supposed to make you comfortable”. New York Times, edición del 28 de abril. / Bukowski, C. (2019). “La última noche de los poemas de la tierra”. Madrid: Visor (publicación original: 1992).

El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 2)





Mantente informado

Suscríbete a nuestro newsletter y recibe las últimas noticias gratis.