
En noviembre pasado, la Cámara de Representantes de Nueva Zelanda sostuvo una agitada sesión que llevaba como propósito ratificar un tratado de 184 años entre los maoríes, un pueblo originario de la Polinesia Oriental, y la corona británica. Los maoríes se vieron obligados a acceder en aquel entonces al dominio europeo para salvaguardar la posesión de sus tierras. En la referida sesión, un grupo de legisladores se opuso a dicha medida por considerarla un injustificable retroceso a tiempos coloniales.
Haciéndose eco del rechazo a la iniciativa, Hana-Rawhiti Kareariki, una joven legisladora, empezó a entonar y bailar el “haka”, una danza ceremonial que es símbolo de orgullo, fuerza y unidad maorí, al tiempo que rompía en pedazos una copia del documento. En un video se puede escuchar a Gerry Brownlee, frustrado coordinador de la sesión, gritarle: “Detente, ¡no hagas eso!”. Momentos después, dos maoríes más se unieron al improvisado ritual, ante el asombro del pleno legislativo. Cabe mencionar que una quinta parte de los neozelandeses tiene ascendencia maorí.
El incidente anterior nos permite constatar que los rituales continúan siendo un poderoso vehículo del imaginario colectivo y que mujeres como Hana-Rawhiti no vacilan en tomar la estafeta de las valerosas chamanas y guerreras de antaño. Me refiero a figuras de la talla de María Sabina, a la que el historiador mexicano Fernando Benítez describió en su momento como “sabia herbolaria, curandera, cantante, maestra del éxtasis y maestra del alma humana, pequeña vieja que habla con Dios cara a cara”.
En uno de sus cánticos ceremoniales, la legendaria mazateca manifestaba así la distinción de su linaje sagrado: “Mujer que espera soy yo. / Mujer que adivina soy yo. / Mujer de justicia soy yo. / Mujer de ley soy yo. / Mujer de la Cruz del Sur soy yo. / Mujer de la primera estrella soy yo, / puesto que subo al cielo. / Mujer defensora soy yo. / Mujer que transacciona soy yo. / Mujer mexicana soy yo. / Mujer como un reloj soy yo. / Mujer como un águila soy yo. / Mujer como una zarigüeya soy yo. / Mujer como un perro de caza soy yo. / Mujer como un lobo soy yo. / Manifiesto mi poder de esta manera”.
Y, sin embargo, una y otra vez, mujeres de su estirpe han sido juzgadas desde el recelo y la desconfianza. Kate Hodges, autora de un libro sobre el poderío femenino, reflexiona al respecto: “Las mujeres que poseen el don de la sanación, que muestran preocupación por otros, que poseen habilidades de astronomía y herbolaria, y que habitan en las márgenes de la sociedad, han sido ridiculizadas como ‘brujas’ por aquellos empeñados en neutralizar su poder y conocimientos” (p. 7, mi traducción).
Debido a barreras como la mencionada, Machi Gloria, una chamana chilena, resistió durante años su llamado a ejercer los dones del espíritu. Marcela Lobos, una de sus discípulas, se refiere así a ella: “Tuvo sueños lúcidos de iniciación en el Espíritu desde los siete años, en los que aprendió sobre las plantas curativas de la región y a orar con la ayuda de un pequeño tambor” (p. 47, mi traducción). Se dice que el ritmo repetitivo del tambor chamánico (alrededor de 210 pulsaciones por minuto) contribuye a despertar estados elevados de conciencia, en los que curanderas como Machi Gloria invocan a animales de poder, invocados en el proceso de sanación.
(Continuará la semana entrante)
Referencias bibliográficas: Lobos, M. (2021). “Awakening your inner shaman”. California: Hay House. / Hodges, K. (2020). “Warriors, witches, women: mythology's fiercest females”. Londres: White Lion Publishing.
Guerreras y chamanas, esencia del poderío femenino (parte 2)
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