martes, 2 de diciembre de 2025

Érase una vez…

Érase una vez, huachicoleo,  monstruo

Érase una vez, en un país no muy lejano, extraordinariamente rico en cultura, recursos naturales y con un pueblo bueno y sabio, en el que un presidente prometió, con lágrimas en los ojos, que “no lo volverían a saquear”.

Sin embargo, 43 años después, ese hermoso país seguía siendo víctima de los depredadores; solo que el lugar de los banqueros y “sacadólares” fue ocupado por criminales, políticos, gobernantes y empresarios de todos los niveles, quienes construyeron una red dedicada al robo y comercio ilegal de hidrocarburos que eran propiedad de esa nación.

La tan abominable acción, que se sumó a las actividades del tráfico de drogas que por décadas se registraba ahí, fue bautizada como “huachicoleo” y poco a poco fue evolucionando hacia diversas modalidades: robo directo a las tuberías de la empresa del estado (chupaductos) para su posterior comercio ilegal (sobre todo de gasolina y diésel), hasta el contrabando y evasión de impuestos en la importación de combustible… el llamado “huachicoleo fiscal”.

Ese lugar no muy lejano comenzó entonces a ser devorado por el monstruo en el que se convirtió la abominable acción; la corrupción y la delincuencia permearon hasta el tuétano, a lo largo y ancho de su territorio…

En ese lugar, cualquier piedra que era levantada del suelo, destapaba mugre y porquería… las pérdidas a la hacienda pública de ese país no muy lejano eran millonarias, mientras los miembros de la red se enriquecían a sus anchas.

Los reinos lejanos comenzaron a preocuparse porque los tentáculos de la enorme criatura empezaron a alcanzarlos. Los moradores del país no muy lejano, impotentes, se percataron de que -de pronto- todo a su alrededor lucía oscuro, peligroso y con olor a sangre y muerte… De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas.

Entonces las lágrimas fueron enjugadas por un profeta que prometió devolverles la esperanza y acabar con la abominable acción y con las actividades del narcotráfico que por décadas se registraban en el país no muy lejano. Para ello ideó una policía nacional, la cual, junto con las fuerzas armadas, salió a combatir, espada en mano, a la enorme y feroz criatura.

Los pobladores estaban felices, pero conforme el tiempo transcurrió notaron que la armadura de los guerreros no fue suficiente, porque la instrucción que habían recibido era estrechar entre sus brazos al esperpento… por lo que su alrededor seguía luciendo oscuro, peligroso y con ese olor a sangre y muerte tan penetrante; incluso, muchos de ellos habían sido engullidos por el monstruo y pasaron a formar parte de su musculatura.

El profeta les había fallado a los pobladores y su tiempo se había acabado, así que tuvo que irse aparentemente; no sin antes prometerles que su sucesora continuaría con la batalla.

Y así fue, por lo que los habitantes del lugar no muy lejano se sintieron de nuevo esperanzados, ya que ahora el brazo fuerte de la heredera para dirigir a los guerreros era un atractivo titán que comenzó a combatir con fuerza al enemigo.

En esas andaban, cuando sucedió algo que aumentó el júbilo de los moradores: ¡Una hermosa joven nacida en ese mismo país no muy lejano, fue coronada como reina del cosmos, no solo por su gracia y belleza, sino por su fuerza y energía.

El regocijo de los pobladores de ese país no tan lejano era inmenso… hasta que algo sucedió: un enorme velo gris empezó a caer alrededor de la soberana… era la estela de la red de criminales, políticos, gobernantes y empresarios de todos los niveles, que a su paso, lastimaron su corona y la de, hasta ese momento, un poderoso fiscal.

Todos, impotentes, nuevamente se percataron de que la herida de su patria seguía abierta y de que era más profunda de lo que suponían; su alrededor se mantenía oscuro, peligroso y con el olor a sangre y muerte… De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas otra vez. Las lágrimas también cayeron lentamente por las mejillas de la hermosa joven y las del fiscal otrora poderoso.

En medio de su desilusión, los pobladores recordaron que acababan de elegir a jueces, que según las promesas del profeta, sacarían a este país no muy lejano del precipicio hondo y vacío en el que estaba hundido; pero, cuando su miradas comenzaron a buscarlos, descubrieron que eran ellos mismos, ataviados con togas y que el martillo de la justicia estaba en sus propias manos -el pueblo bueno y sabio-, solo que no sabían cómo usar ese mazo y la sabiduría que poseían resultó que era insuficiente… además, comprobaron que no eran libres para enfrentar al cruel y perverso monstruo. El profeta había fallado de nuevo.

El pueblo bueno y sabio se tornó inconsolable al descubrir que lo dicho por aquel presidente hace más de cuatro décadas, había sido una falsa promesa y que el amado reino en el que vivían, extraordinariamente rico en cultura y recursos naturales, continuaba siendo saqueado, sin que pudiera hacer algo al respecto.

¡El monstruo seguía más vivo que nunca!

¡Aguante vara, presidenta!





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