
Óscar de la Torre lleva tres décadas regalando alegría a sus espectadores a través de Mimoskart, con un estilo muy propio al que no hay quien se haya podido resistir. Ahora, además de cautivar al público en cada espectáculo, prepara a las nuevas generaciones de mimos para conservar una tradición que proviene desde la Antigua Grecia
¡De la “Cuna del Mimo” para Querétaro! Óscar Ignacio de la Torre, mejor conocido como Mimoskart, nació en Tlaquepaque, Jalisco, y tuvo su debut en la pantomima en 1992, en las plazas públicas de Guadalajara, formando parte de una nueva generación de mimos que le dieron el nombre de “Cuna del Mimo” a esa ciudad. Con más de tres décadas de trayectoria, la pantomima ha cambiado la vida de Óscar, dándole la gran satisfacción de llevar alegría a todos los lugares donde se presenta y ayudar a sanar las heridas del público a través de su arte, pues, sin importar la edad de los espectadores, este personaje de cara blanca y sombrero los transporta a un mundo lleno de magia, cuya única barrera es la imaginación. Ahora sigue cautivando a niños y grandes con su ‘show’, como parte de la compañía queretana Circo teatro, y su sueño es forjar una nueva generación de mimos que conserven la magia de la pantomima. ¿Cómo es que llegas a Querétaro? Cuando tenía 16 años me di el rol por la República Mexicana buscando un lugar más provinciano para vivir, porque Guadalajara ya era una urbe enorme; así que cuando conocí Querétaro, me enamoré: era un lugar para habitar tranquilamente. ¿Cómo fue tu acercamiento con el arte? Yo vengo de familia de músicos, siempre estuve inspirado por el arte desde niño. La pantomima llegó a mí de manera natural y sorpresiva: cuando yo tenía unos siete años, conocí a un hombre que era payaso, vivía ahí en el barrio y yo siempre lo veía llegar con su narizota. Era un personaje supermágico para mí: lo veía llegar y yo decía: “¡Qué cosa tan rara!, ¿por qué se viste así?”. Después, cuando tenía unos 13 años, conocí a muchos mimos en la ciudad de Guadalajara y quedé asombrado con lo que representaban, con lo que eran; para mí eran seres mágicos, con su cara blanca, hablando con el lenguaje corporal y no con la voz; me hice su amigo y me integré a ellos en el 92. Guadalajara fue nombrada “Cuna del Mimo” en algún momento, porque eran muchos mimos los que había ahí, ahí nació una nueva generación de mimos, que éramos chavitos entre los 15 y 20 años. Yo creo que me enamoré desde el inicio de esta profesión, desde la primera función que hice. ¿Cuál ha sido la mayor satisfacción que te ha dejado esta carrera? Ver las sonrisas, llevar alegría. Te voy a contar una anécdota que me pasó hace algunos años en La Piedad, Michoacán; en una función en una plaza pública había un señor de unos 85 años, se veía en su cara que estaba triste y enojado con la vida, yo veía que sus ojos reflejaban dolor… Me comenzó a gritar groserías, me decía que me fuera de ahí, que no me quería ver, y en una de las veces que pasé junto a él, me dio un golpazo en las corvas con su bastón y me tumbó, caí de rodillas y mi reacción fue pararme, acercarme, le tomé la mano y se la besé; mi intención fue sanarlo con mi expresión corporal. Él me abrazó y me dijo: “Gracias… hace mucho que no me besaban”. Le di otro beso en la frente, se quedó a ver la función y de ratito ya estaba riéndose, feliz, viendo el espectáculo; entonces, lograr eso a través del arte para mí es muy satisfactorio. Transmitir que el arte no hace daño y que estamos para brindar un apoyo amoroso para la sociedad es sin duda satisfactorio.
Sencillo y carismático… adiós, al Papa argentino
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