¿Alguna vez sentiste la necesidad de reinventarte para transformarte en la persona que hoy eres? Me refiero a si te has sentido obligado, en alguna etapa de tu existencia a cuestionarte en lo más profundo con el afán de convertirte en una mejor versión de ti mismo. Apostaría incluso a que esto te ha sucedido en por lo menos una ocasión, sin quizás darte cuenta de que ese alto en el camino significó un parteaguas en tu vida. O tal vez te viste en la necesidad de afrontar un obstáculo que te cimbró hasta los cimientos y que te llevó a reformular tu sentido de identidad. Una de las mejores lecciones de cómo redireccionar un curso de vida la recibí de uno de mis clientes empresariales, en mi labor como consultor organizacional. Lo llamaré Emilio para garantizar su anonimato. Salvo este particular detalle, lo que te cuento a continuación sucedió al pie de la letra.
Emilio era un exitoso gerente, en Brasil, de una planta industrial de su compañía, cuando recibió la encomienda de abrir una nueva planta en el municipio de El Marqués, en nuestro querido Querétaro. Para cumplir su misión, durante un año se aseguró de tomar las acciones necesarias para adquirir los terrenos, supervisar la construcción de las instalaciones e iniciar la contratación de personal.
“Todo iba bien -me confió en una ocasión-, hasta que en el transcurso de este proceso tomé una decisión desafortunada que significó una pérdida sumamente cuantiosa para la compañía. Avergonzado, tomé un avión a Nueva York, donde se encuentra la casa matriz de la empresa, para rendir cuentas a mis superiores. Me recibió el director general y le hice ver que me hacía responsable de tan garrafal falla y que pondría mi renuncia en sus manos. Mirándome a los ojos, acertó a preguntarme: ‘Y bien, ¿qué aprendiste de esta situación?’. Como respuesta, le hice ver todas y cada una de las cosas que hubiera hecho diferentes. ‘Veo que has aprendido bien de tu experiencia’, me dijo, ‘regrésate a Querétaro y continúa con la tarea que te hemos encomendado’”.
Tiempo después supe que Emilio había dejado de ser el director de la planta. Cuando pregunté qué había pasado, me enteré de que había sido por una buena razón. “Lo mandaron a abrir una nueva planta en Turquía”, recibí por respuesta, lo que me dio un enorme gusto, sabiendo que había pasado las de Caín.
Tres cosas resultan evidentes para mí en su historia: A) Emilio se había conducido con integridad ejemplar al enfrentar su infortunio. B) La compañía podía enorgullecerse de una cultura organizacional sólida, basada en su sana disposición a aprender de los errores. C) Sabiamente, la expansión internacional de la empresa había sido puesta en manos de uno de sus mejores elementos: Emilio.
Años después, y para orgullo de nosotros los queretanos, la planta de El Marqués recibiría una especial distinción al ser seleccionada como uno de los proveedores en la edificación de las torres que ocuparon el lugar de las fatídicas Torres Gemelas de Nueva York. Esto había sido posible gracias a un grupo de jornaleros queretanos que Emilio había tenido la visión de transformar en técnicos excepcionales.
Te preguntaba al inicio si en alguna ocasión te viste en la necesidad de afrontar algún obstáculo que te haya cimbrado hasta los cimientos y que te obligó a reformular tu sentido de vida. En el caso de Emilio, su monumental error lo llevó a lamentar su cruel derrota. Y cuando estaba convencido de que atravesaba la etapa más oscura de su vida, su integridad y su alto sentido de responsabilidad lo llevaron a disfrutar de las mieles del triunfo, quizás sin proponérselo. Lo que sí resulta claro es que, al reinventarse, se convirtió en la mejor versión de sí mismo.
El dulce bálsamo de la conexión social
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