
Afrontar los retos que la vida nos pone enfrente no solo es una necesidad, sino un privilegio. Cierto, estos nos complican la vida, pero también nos enseñan a templar y modular el carácter. Dicho lo anterior, los retos actuales a nivel planetario no tienen precedente en la historia de la humanidad, por su inconmensurable grado de dificultad.
Saadia Zahidi, directora general del Foro Económico Mundial, confirma la gravedad de esta situación: “Los riesgos surgidos son más complejos y urgentes; acentúan un cambio mundial de paradigma, caracterizado por una mayor inestabilidad, narrativas polarizadas, erosión de la confianza e inseguridad”. Más aún, gobiernos e instituciones no se encuentran lo suficientemente preparados para afrontar la fragilidad que dichos riesgos acarrean.
Un documento reciente de la citada organización enlista los más grandes riesgos que habremos de enfrentar en los siguientes 10 años: fenómenos meteorológicos extremos, pérdida de la biodiversidad y colapso del ecosistema, cambios críticos en los sistemas de la esfera terrestre, escasez de recursos naturales, información falsa y desinformación, resultados adversos de las tecnologías emanadas de la Inteligencia Artificial, inequidad, polarización social, ciberespionaje y contaminación ambiental.
Como podemos ver, los riesgos en puerta son de dulce, de chile y de manteca, puesto que algunos son de índole ambiental y otros de naturaleza social, tecnológica o geopolítica, por lo que Zahidi hace un llamado a los líderes mundiales a unir esfuerzos para una acción concertada e inmediata. Desgraciadamente, en el clima actual de confrontación y desconfianza, es como pedirle peras al olmo. O, como diría mi abuelita: “Ai’ te encargo, ‘mijo’”.
Detrás de un riesgo, inevitablemente se oculta la incertidumbre, ya que esta atraviesa todas las capas de la acción humana. Como afirmaba aquí la semana pasada, lo único constante es el cambio. En su libro “¿Podemos vivir juntos?”, el sociólogo francés Alain Touraine señala al respecto: “Vivimos en sociedades de cambio, riesgo, mezcla y también de carencia de socialización y aislamiento, por lo que tenemos que fortalecer en cada uno la capacidad de vivir activamente el cambio” (p. 269). Por ello nos invita a fortalecer en cada uno la capacidad de vivir activamente el cambio si queremos convertirnos en los actores de un mundo transformado.
En la misma línea, la maestra budista Pema Chödrön (2024) afirma en “Comfortable with uncertainty” (2010) que es mejor hacerse a la idea de que la incertidumbre forma parte indisoluble de la realidad.
“Nunca seremos capaces de saber lo que habrá de venir después. Podemos tratar de controlar lo incontrolable en nuestro anhelo de seguridad y predictibilidad, pero lo cierto es que nunca seremos capaces de dejar de lado la incertidumbre” (p. 18, mi traducción). No podemos aferrarnos a un punto de referencia permanente por la sencilla razón de que no existe, ya que el acontecer humano es fluido, carente de amarres y abierto.
El filósofo danés Sven Brinkmann confirma lo anterior en “La alegría de no perderse las cosas” (2024), cuando señala que la vida siempre ha sido incierta y arriesgada. Sin embargo, reconoce que los riesgos actuales proceden en buena parte de las particulares hechuras de la sociedad moderna, que ha traído consigo la industrialización, la urbanización y los avances tecnológicos.
“En el pasado -observa- las amenazas principales de la humanidad eran las fuerzas de la naturaleza; ahora son autoinfligidas” (p. 21).
(Continuará la próxima semana)
Referencia bibliográfica: “The global risks report 2025”, World Economic Forum, 20th edition.
El ineludible reto de los riesgos globales (parte 1)
Comparte esta nota: