lunes, 6 de octubre de 2025

El rostro maquiavélico del liderazgo tóxico (parte tres)

El rostro maquiavélico del liderazgo tóxico (parte tres)

Si fuese el caso, ¿te atreverías a afirmar en público que tu superior inmediato actúa como uno de los capataces o caciques de antaño? Seguramente no, ¿cierto? O, para decirlo de otra manera, si en los tiempos de los hacendados y los señores feudales hubiese existido el concepto de liderazgo tóxico, no me cabe duda de que este les hubiese encajado como anillo al dedo.

Tomemos el ejemplo del capataz de la hacienda porfiriana, en quien recaía la operación diaria. Su presencia encarnaba el poder absoluto y a quien se atreviese a cuestionar su autoridad, más le valdría atenerse a las consecuencias. Su ‘modus operandi’ era asombrosamente simple: imponía su criterio, vigilaba, controlaba, sancionaba y castigaba.

Tristemente, los jefes tóxicos de la actualidad han sido cortados con la misma tijera y, como muestra, vaya un botón: en un curso que impartí a gerentes bancarios, les pedí que se dibujaran en un póster tal cómo se veían a sí mismos, ya fuese un animal, un vegetal o una cosa. Uno de ellos, aunque parezca increíble, se dibujó como un tanque de guerra. Cuando le pedí que nos compartiera por qué, nos dio un ejemplo de su actuar cotidiano: “Si alguien de mi equipo comete alguna estupidez, reúno a todos y le llamo la atención delante de sus compañeros, advirtiéndole que no toleraré más acciones como esa”.

Collin Ellis, autor de un libro sobre el tema, presenta el siguiente perfil del jefe tóxico: es incapaz de reconocer y controlar sus emociones; está convencido de que siempre tiene la razón; dada su falta de empatía, ignora cómo desarrollar relaciones sólidas; su protagonismo lo lleva a tomar el crédito por el trabajo de otros. Además, exige lealtad absoluta; su naturaleza inestable hace que sus colaboradores tengan que adivinar si viene hoy “de buenas” o “de malas”; sus expectativas desmesuradas lo obligan a sobrecargarlos de responsabilidades; deriva placer desmoralizando y humillando; por aquello de la microgestión, revisa con lupa cada cosa que hacen y prefiere culparlos para no tomar responsabilidad por las insuficiencias propias.

Sin embargo, no todos los líderes tóxicos operan de la misma forma.

Craig Chappelow, del Center for Creative Leadership, institución que ofrece sus servicios en un centenar de países, identifica seis variantes. Si tú crees tener un superior tóxico, elige cuál de estas correspondería al tuyo: EL EGOMANIACO: egoísta y arrogante, se enfoca en consolidar su poder a costa de los otros. EL TIRANO: al igual que los déspotas, actúa como si estuviese por encima de las leyes, por lo que utiliza su poder de manera cruel e implacable. EL DOS CARAS: a sus superiores les reserva su mejor cara y, a sus subalternos, la que realmente tiene. EL FANÁTICO DEL CONTROL: nunca le das gusto: “Si las cosas no te salieron perfectas, te las verás conmigo”. EL CANALLA: sus caminos tortuosos lo llevan a hacer de lado su integridad: “Te pago para que hagas las cosas, tú sabrás como”. EL NARCISISTA: un considerable porcentaje de este tipo de líderes padece del síndrome narcisista, caracterizado por una imagen engrandecida que los lleva a ver a los demás como instrumentos de su gratificación personal. Son altamente competitivos, rechazan toda crítica, no saben escuchar y carecen por completo de empatía.

La próxima semana abordaré algunas estrategias que pueden ser utilizadas para contrarrestar el poder de personajes tan nefastos.

Referencias bibliográficas: Ellis, C. (2025). “10 signs of a toxic boss – and how to protect yourself”, Harvard Business Review / Ellis, C. (2024). “Detox your culture”. Londres: Bloomsbury. / Chappelow, C. (et al.) (2018). “The toxic boss survival guide”. Estados Unidos: Center for Creative Leadership. 

El rostro maquiavélico del liderazgo tóxico (parte dos)





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