Halloween, la famosa celebración que parece un simple espectáculo ambientado en personajes de terror y un juego de “truco o trato”, pero que, en realidad, hunde sus raíces en lo más profundo de una tradición ancestral
La fiesta de Halloween procede en realidad de una tradición celta que fue, como tantas otras, reconvertida a la tradición cristiana. De hecho, el nombre viene de ‘All Hallow’s Eve’, víspera de Todos los Santos. Llevada por los emigrantes irlandeses a Estados Unidos, con los años fue popularizada por el cine, a través del género de terror.
También en España hubo pueblos celtas que dejaron sus tradiciones, incluidas las del Día de los Difuntos, especialmente en las tierras donde habitaron, como Galicia.
Antiguamente solo había dos estaciones del año: la de verano y la de invierno. La estación de verano, desde mayo hasta octubre, era la de la luz, del calor y de la abundancia, cuando la naturaleza da sus frutos, el huerto sus verduras y salen los animales después de haber estado recluidos durante el invierno. También era la estación de la vida, de la alegría y del calor, que, sobre todo en tierras celtas, donde no es muy exagerado, sienta bien al cuerpo y los seres humanos salen de sus casas para compartir la vida con sus vecinos.
La estación del invierno es todo lo contrario. Es la estación del frío, de la oscuridad y también de la escasez. La naturaleza no da sus frutos, se recluyen la caza y la pesca, y además no acompaña el tiempo para salir en su búsqueda.
También es el tiempo de la muerte. No haber hecho buen acopio de leña y alimentos puede tener malas consecuencias y ni siquiera tomando todas las precauciones se puede evitar su trágica presencia. Esa estación empieza en noviembre y termina en abril, con la época de lluvias.
Hay un momento del año donde la luz se une con la oscuridad, el frío con el calor y la vida con la muerte. Es la noche del primer día de noviembre, el Samhain, que para los celtas de Cornualles y Breizh significa “el primer día del invierno”.
Belinda Palacios, oriunda de una pequeña aldea gallega de la parroquia de Lousame, La Coruña, cuenta cómo eran estas celebraciones allí durante su infancia, finales de los años 70 y principios de los 80.
Según cuenta, el Samhain era la fiesta del final del verano, que coincidía a su vez con la fiesta de la recogida de la cosecha, Magosto. Entonces se realizaban sacrificios como ofrendas a los dioses para poder sobrevivir a la época de la oscuridad que iba a comenzar, para que los protegieran del reino de los muertos. Pero también para dar las gracias por la abundancia de la cosecha que acababa de recoger, sobre todo por haberles permitido obtener maíz y patatas de la diosa madre Tierra.