La semana pasada me referí al análisis “Periodismo, ética y posverdad”, de Miquel Rodrigo-Alsina y Laerte Cerqueira, al hacer en este espacio una reflexión sobre la necesidad de regresar a los principios básicos de esta noble y trascendente actividad, debido a que medios y periodistas han mimetizado el ejercicio periodístico con el caos y la virulencia de las plataformas digitales, haciendo a un lado su razón de ser.
Retomo hoy esta publicación de la Facultad de Comunicaciones, de la Pontificia Universidad Católica de Chile (2019), debido al abordaje por parte de los autores de lo que denominan “periodismo de Estado” o “periodismo patriótico”; y que, bien vale la pena, una mención aparte ante el contexto que prevalece en nuestro país.
El expresidente Andrés Manuel López Obrador, es un hecho, normalizó la violencia contra periodistas; su relación con la prensa crítica fue complicada porque consideraba que sus publicaciones tenían un sesgo informativo a favor de los grupos de poder; y no tuvo durante su gobierno el menor viso de autocrítica para aceptar que sus decisiones podían ser cuestionadas.
Los periodistas “incómodos” fueron calificados como “conservadores”, “cómplices del neoliberalismo”, “corruptos” y “mercenarios”; incluso, esta visión generó en la mañanera la sección “Quién es quién en las mentiras de la semana” (la cual sobrevive con la presidenta Claudia Sheinbaum, aunque con más moderación).
Las declaraciones de López Obrador, el 22 de julio del 2019, reflejaron claramente su intención de imponer un periodismo de Estado:
AMLO: “La revista Proceso, por ejemplo, no se portó bien con nosotros. No es ningún reproche”.
PERIODISTA: “No es papel de los medios portarse bien, presidente, con alguien”.
AMLO: “No, pero estamos buscando la transformación y todos los buenos periodistas de la historia siempre han apostado a las transformaciones”.
PERIODISTA: “Los periodistas militantes sí, presidente”.
AMLO: “Es una visión distinta, sí, pero Zarco estuvo en las filas del movimiento liberal y los Flores Magón, también”.
PERIODISTA: “Son 150 años de distancia, presidente”.
AMLO: “Sí, los periodistas mejores que ha habido en la historia de México, los de la República restaurada, todos, tomaron partido. Y es que es muy cómodo decir: ‘Yo soy independiente o el periodismo no tiene por qué tomar partido, o apostar a la transformación’. Entonces, es nada más analizar la realidad, criticar la realidad, pero no transformarla”.
PERIODISTA: “No, es informar, presidente”.
AMLO: “Sí, pero a veces ni eso, es editorializar para afectar las transformaciones”.
PERIODISTA: “Editorializar es también tomar partido, presidente”.
AMLO: “Sí, pero…”.
PERIODISTA: “O sea, usted pide que editorialicen nada más a favor de usted…”.
AMLO: “Para el conservadurismo”.
PERIODISTA: “No corresponde al papel que…”.
AMLO: (….) “Estamos buscando la transformación y todos los buenos periodistas de la historia siempre han apostado a las transformaciones”.
Y fue así que los “youtuberos” mágicamente mutaron y se convirtieron en “los mejores periodistas de México”. Sí, aquellos que más que preguntar se deshacían en halagos al presidente y que, junto con quienes auténticamente compartían (y comparten) la ideología de la 4T, se envolvieron en la bandera -cual Juan Escutia en caída libre- para defender a la patria y al pueblo de México, conceptos encarnados por López Obrador.
Sin embargo, para los citados autores, si el periodismo se transforma en un “periodismo de Estado” o en “periodismo patriótico”, la ética periodística entra en crisis: “Cuando un medio hace periodismo de Estado o patriótico, decide que el Estado o la patria es más importante que la verdad. Todo esto plantea el dilema ético de decidir qué valor es superior”.
El periodista se sumergirá entonces en la encrucijada de decantarse por “la ética de la convicción” o “la ética de la responsabilidad”. En el primer caso -exponen- subsistirá el convencimiento de que su forma de llevar a cabo la actividad periodística es la correcta, sin importar los medios utilizados y las consecuencias de sus acciones; en cambio, la ética de la responsabilidad sí considera el impacto y los efectos de sus acciones.
“En la era de la posverdad, el periodismo no puede renunciar a la ética de la responsabilidad”, concluyen.
El periodismo de Estado o patriótico, en México, por supuesto que no nació con la Cuarta Transformación; siempre ha existido a nivel nacional, estatal y municipal, sin importar el color del partido gobernante.
Pero, la polarización generada por el expresidente ha fomentado la multiplicación de periodistas que se “portan bien” con el régimen, porque están convencidos (o les conviene creerlo así) de que están contribuyendo a la transformación de la Nación -aunque cabe acotar; rayen incluso en un “periodismo patriotero”- que los aleja de la veracidad.
¡Urge regresar a “lo básico”!
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