No sé si a usted, querido lector, el mirar a su alrededor le provoca una gran desolación, una intensa y abrumadora tristeza, un vacío… una sensación de que irremediablemente somos una sociedad perdida, absolutamente colapsada.
Un hecho en particular, la semana pasada, intensificó en mí esta sensación: el hallazgo de ¡383 cadáveres embalsamados! “aventados así nada más, de manera indiscriminada, uno sobre el otro, en el piso”, según explicaron las autoridades, en un crematorio ubicado en Ciudad Juárez Chihuahua; cadáveres con una antigüedad de entre tres y cuatro años, que no fueron incinerados como sus deudos creían, porque habían pagado por el servicio y porque les habían entregado sus supuestas cenizas.
“Simple y sencillamente no cremaban los cuerpos que llegaban ahí”, dijo el fiscal general en esta entidad, César Jáuregui Moreno.
“Y empezaron a acumular y acumular, y simple y sencillamente los tenían ahí (…) en cuartos que desde luego no cubrían en lo absoluto ni los protocolos ni los requisitos que se requieren para salvaguardar este tipo de restos humanos”, agregó.
¿A qué grado de degradación humana y social hemos llegado?, me pregunto y trato de encontrar respuestas…
“Los valores asociados a la familia han cambiado en la generación de los millennials porque, en primer lugar, la composición social ha experimentado variaciones sustanciales. Hoy en día, 30 por ciento de las familias son monoparentales y otros porcentajes representan tipos de familias diferentes a la tradicional. También las redes sociodigitales se han convertido en una de las principales fuentes generadoras y reproductoras de valores”, según lo reportado por Rafael López en No hay pérdida sino cambio de valores (2020, Gaceta UNAM).
En tanto, Manuel González Oscoy, académico de la Facultad de Psicología también de la UNAM, en Aún hay valores en la sociedad? (2020, Boletín UNAM-DGCS-965), sostiene que al referir una pérdida de valores, lo que ocurre es una “sustitución”, es decir, se convierten en antivalores.
“Lo que llamamos valores muchas veces tiene una connotación prosocial, es decir, ayuda a la convivencia armónica de las personas; pero cuando se pierden los valores van en sentido contrario, en vez de buscar un bien común, empatía o solidaridad, únicamente buscan el bien personal. Esto desde un punto de vista más clínico, podría llegar hasta en ciertas patologías, como son la psicopatía y la sociópata”, agrega.
En su encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco describe cómo durante décadas, el mundo había aprendido de tantas guerras y fracasos y se dirigía lentamente hacia diversas formas de integración; sin embargo, la historia da muestras de estar volviendo atrás:
“Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales”.
Por ello, dice, cada generación debe hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones anteriores y llevarlas a metas más altas aún. “Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día”.
Y advierte: “Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación”.
Y si usted se pregunta, como yo, ¿qué hacer en medio de la desolación?, Francisco nos obsequia la respuesta en el mismo documento … solo debemos asimilar su mensaje:
“Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos”.
Para que “todo mundo tome nota”
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