Como herederos que somos de las tradiciones judeocristianas, a los católicos se nos enseña que la Santísima Trinidad está conformada por Dios Padre, Dios Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo, en tanto que los judíos depositan su fe en Yahvéh, Dios único y todopoderoso. Sin embargo, en las religiones que antecedieron a las judeocristianas se presenta un marcado contraste, ya que LA DIOSA es la figura sagrada por antonomasia, trátese de Astarté (fenicia), Atenea (griega), Venus (romana), Coatlicue (mesoamericana), Isis (egipcia), Shakti (hindú) o Yemayá (africana), por mencionar algunas.
Por lo tanto, el estatus asignado al hombre será distinto al de la mujer, dependiendo de la construcción simbólica de dios. En las religiones precristianas DIOS ES REPRESENTADO COMO MUJER (La Diosa, Creadora de Vida y Reina de los Cielos), mientras que en el judeocristianismo SE CONCIBE A DIOS COMO UN HOMBRE (Dios Padre, Altísimo y Todopoderoso). Dado que Eva surge de la costilla de Adán, la mujer es reducida a un mero subproducto secundario.
Partiendo del razonamiento anterior, Merlin Stone, una historiadora de arte, plantea la siguiente pregunta en un libro de su autoría: “¿Qué podríamos esperar de una sociedad que durante siglos ha enseñado a niños y niñas que una deidad MASCULINA creó al HOMBRE a su imagen y semejanza, y que, como resultado de un pensamiento posterior, creó a la mujer para secundar al hombre en sus tareas y obligaciones?” (mi traducción, p. 13).
Por si hubiera duda alguna, la jerarquía superior del hombre queda de manifiesto en la Biblia, pues en esta se afirma que “la cabeza de la mujer es el varón”, que “el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón” y que “el varón no fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (1 Corintios 11: 3, 7, 9). No será, pues, de extrañar que si hablamos de personajes dedicados a la sanación y al arte de la guerra pensemos automáticamente en chamanes y guerreros y no en chamanas ni guerreras. De ahí que en esta serie se haya tenido como propósito rescatar el honroso pasado de estas últimas.
Imposible, hablar de valerosas guerreras sin concederle un lugar especial a las legendarias AMAZONAS, pródigamente descritas por los griegos en sus narraciones mitológicas. Así pues, habría que empezar con Pentesilea, la reina amazónica enfrentada por Aquiles en la guerra de Troya. En un estricto sentido histórico, se cree que las amazonas formaban parte de los escitas, un grupo de pueblos nómadas de origen iraní que habitaron en Asia Central y luego se extendieron a otros territorios.
Heródoto y otros autores griegos relatan las hazañas de las escitas, quienes eran diestras en las artes ecuestres y que en batalla solían recurrir a arcos y flechas, hachas, lanzas y espadas. De acuerdo con la historiadora Adrienne Mayor (2014), en 2006 fue descubierta una serie de mosaicos en la antigua ciudad de Edesa, en los cuales se representaba a las reinas amazónicas Hipólita, Antíope, Melanipa y Pentesilea cazando leones y leopardos.
Finalmente, en una excavación arqueológica en las estepas siberianas fueron encontrados los esqueletos de varias de estas guerreras, algunas de los cuales presentaban fracturas consistentes con la caída de un caballo. De acuerdo con Mayor (op. cit.), se podían apreciar heridas de batalla en la parte superior de sus cuerpos. En particular, fracturas en la cabeza, atribuibles a heridas provocadas por hachas o machetes.
Referencias bibliográficas: Mayor, A. (2014). “The Amazons: Lives and Legends of Warrior Women Across the Ancient World”. Nueva Jersey: Princeton University Press. / Stone, M. (1976). “When God Was a Woman”. Nueva York: The Dial Press.
Guerreras y chamanas, esencia del poderío femenino (parte 3)
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